Jorge Vazquez Piñon

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NEXO ENTRE MÉXICO Y EL OCCIDENTE

NEXO ENTRE MÉXICO Y EL OCCIDENTE

México es como un “nudo” de la civilización occidental; todo nudo tiene dos puntas; en el caso de esta alegoría, una de ellas, es la propia del devenir de México como pueblo y Estado-Nación. Es la línea de formación mestiza de la población que, en cuanto surgió, fue doblada y amarrada sobre sí misma, a la vez que entretejido con las instituciones de Occidente; en ese doblés, las culturas autóctonas mesoamericanas resultaron asimiladas o disueltas, y sus sobrevivientes -en parte- fueron condición de mestizaje, y en parte conservaron su pureza étnica. El cristianismo y las formas neo-feudales de producción y convivencia social, fueron las instituciones más influyentes y decisivas en el devenir formativo de México. Este “pliegue” sobre sí mismo, es imagen del devenir recién mencionado, y condición de continuidad histórica que quedaría representada en el entretejido de lo autóctono-mestizo con formas de esclavitud, adoctrinamiento y exigencia de sumisión que, en su unidad, resultaron constitutivas de condiciones históricas de formación lenta de un nuevo pueblo. Durante el tiempo de su formación, la Iglesia de Roma y el Tribunal del Santo Oficio “regulaban” –por decirlo de manera generosa- la formación moral de la conciencia social del pueblo nuevo en proceso de constitución. En esto consiste nuestra alegoría del nexo (nudo) histórico-cultural entre México y el Occidente.

México forma parte de la civilización occidental, es Occidente, pero de manera simultánea, “ama” la carga de memoria incierta de culturas precolombinas, que fueron aniquiladas en el siglo XVI, pero “ desea” la reconstrucción mental de ellas, y también material, de los vestigios arqueológicos; estos esfuerzos culturales son figura del deseo de constitución de una identidad propia con base en los fantasmas ancestrales, mediante la imagen de la memoria incierta y casi vacía que han conservado núcleos de población indígena, en extraña mixtura de ella con el cristianismo, y asimilada a la liturgia de la Iglesia Católica.

Con el régimen dictatorial de Porfirio Díaz, México comenzó a vivir –sin justicia- el impacto de las nuevas tecnologías, como la máquina de vapor, la siderurgia y el electromagnetismo aplicado a las comunicaciones; también, las nuevas técnicas bancarias para la administración del préstamo de capitales y pago de intereses. Después del triunfo de las fuerzas de Venustiano Carranza y Alvaro Obregón, y derrota de las fuerzas de Emiliano zapata y Francisco Villa, las instituciones políticas del régimen revolucionario (1920-2000), diseñaron un sistema de dependencias gubernamentales y constituyeron un conjunto de estrategias, susceptibles de valoración como adecuadas formas de reconocimiento de México como parte de Occidente. Esas dependencias y estrategias enfatizaron lo autóctono-indígena y la cultura mestiza como constituyentes relevantes del pueblo y Estado-Nación. Fue período en que al menos dos veces, la Iglesia resintió el poder del régimen post-revolucionario; la fe católica, la formación cristiana de la conciencia social o colectiva, no cambió, no se abrió a una reforma cristiana de su propia conciencia religiosa. No obstante, el siglo XX mexicano puede denominarse apropiadamente -y con palabras de Toynbee- como el período confirmatorio de occidentalización de México, como momento de reafirmación de su pertenencia a la civilización occidental. Consideramos pertinente la mención de ese periodo como momento de definición suprema del “nudo” o nexo entre México y el Occidente, que es fundamento de vida histórica mexicana contemporánea, y sigue la dirección y pautas que Estados Unidos marca a la renovación de Occidente con la figura de civilización de la globalización. Es la civilización que ya no tiene a Europa como único centro estructural del movimiento de fuerzas históricas y sociales. Es un sub-centro de los varios que ha constituido el devenir de la civilización, después de la Segunda Guerra, luego de la desaparición de la URSS y formación de bloques productivos y comerciales que han aglutinado a los países que tienen posibilidades de crecimiento capitalista –de manera injusta y desventajosa-, es cierto; y también, para mantener bajo control del nuevo orden mundial, a la mayoría de los países que no tienen posibilidades de acumulación de capital, desarrollo de fuerzas productivas, generación de riqueza y de acceso masivo al consumo y crédito.

La occidentalización del mundo es un hecho global anunciado por Toynbee en la medianía del siglo XX; una vez consumado, está en curso de desarrollo de nuevas figuras en las primeras décadas del siglo XXI. Las crisis de la civilización occidental se tornan globales, afectan a todos los pueblos, implican a todas las naciones.

“Está llegando a su fin la civilización occidental?”; “Podrá nuestra civilización vencer la crisis actual, y elevarse todavía a mayores alturas, o está condenada a una muerte que se aproxima a pasos agigantados?”; estas son las preguntas que J. G. de Beus consigna en su libro El futuro de Occidente publicado en 1955 en español por la editorial Aguilar; anteriores. El planteamiento de las mismas preguntas con relación a México, sugiere las siguientes interrogantes.

Primera:

por efecto del probable cierre de la “etapa final de la civilización occidental” mencionada por Toynbee y aceptada de parte de J. G. de Beus, ¿está México llegando a cierta clase de fin de su vida histórica?

Segunda:¿podrá México vencer la crisis actual y elevarse todavía a mayores alturas?

Tercera: ¿está México condenado a una muerte que se aproxima a pasos agigantados?

Respecto a la primera, es una certeza que México ha realizado las posibilidades histórico-sociales y político-culturales propiciadas por la Revolución de 1910. El régimen político priísta-revolucionario impuso la paz social y construyó el desarrollo económico y social que fue reconocido por Occidente en la década 1960-1970; fue régimen político que aniquiló todo intento de insurrección o rebeldía, sin mayor consideración de ética política o moral gubernamental, a la vez que propiciaba la formación del capital necesario para el mejoramiento social de la población mediante la acción del Estado revolucionario y benefactor. El gobierno fue, de 1920 a 1982, el principal empleador y generador de riqueza, a la vez que, por otra parte, propiciaba con toda la autoridad del Estado, la formación y desarrollo de la burguesía; el régimen post-revolucionario se apropió del movimiento de la clase trabajadora, y de la acción y control ideológico de obreros y campesinos. El Estado y el gobierno han mudado de forma; no son más los benefactores y empleadores principales; se han convertido en promotores de la inversión privada y desarrollo de empresas en sus tres figuras: pequeña, mediana y gran empresa. No son más, el empresario principal y más grande; todas sus propiedades empresariales -formas de acumulación de capital- fueron vendidas, rematadas o clausuradas entre 1982 y 1994. México adoptó en un lapso de doce años, un nuevo modelo operativo de gobierno, de desarrollo económico y social y nuevos criterios sobre el valor del trabajo –como valor económico, por supuesto- en el campo y la ciudad, en la industria, la administración gubernamental en los niveles municipal, estatal y federal, y de desempeño en la prestación de servicios, entre ellos, la educación pública. Sin duda, ha comenzado a operar una nueva concepción del trabajo, del desempeño laboral y del precio de la fuerza de trabajo; son criterios que suprimen la prestación de seguridad médica y social, y del régimen de pensiones y jubilaciones que fue orgullosa conquista de la Revolución, un triunfo de México y para México, por encima del pasado de oprobio, miseria, degradación moral y explotación inmisericorde que fueron “agentes constitutivos” en la formación del pueblo.

En 1955, cuando de Beus publicaba su libro, México vivía la etapa más fuerte y sostenida de un nuevo modelo económico –proteccionista y nacionalista- de intensa justicia social, de desarrollo educativo, y también de democracia controlada que no permitía oposición política verdadera, y menos toleraba la crítica al gobierno, al Presidente en turno, quien tenía un poder por encima de los principios constitucionales y republicanos. Hasta 2018, el gobierno era promotor del neoliberalismo; desde 1993, el gobierno fue partícipe no-protagonista de la civilización de la globalización, mediante un impresionante cantidad de tratados de libre comercio y compromisos internacionales con las naciones protagónicas de la globalización y representativas de la civilización occidental

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Respecto de la segunda cuestión, creemos que México sí podrá vencer la crisis actual, sin necesidad de un cambio estructural del régimen político; el recurso sería la vía democrática eficaz, verdadera y consolidada en el sentido estricto del término. Creemos que “elevarse a mayores alturas”, es expresión que tiene validez relativa, esto es, factible en el sentido de su inclusión y desempeño en el nuevo orden mundial, que genera las condiciones de su propia evolución, y por lo tanto, para México.

Respecto de la tercera, creemos que México no está “condenado a una muerte que se aproxima a pasos agigantados”; lo mismo creemos respecto de la cultura y civilización europeas. Creemos que México y Europa vivirán mucho tiempo, y que la civilización post-occidental tendrá vigencia prolongada, bajo el liderazgo —y condiciones de Estados Unidos- que todavía es el centro principal y más poderoso de la civilización global, el principal agente y vigilante del devenir del neo-capitalismo que determina la estructura del mundo histórico del siglo XXI. Todo fluye, todo cambia, dijo Heráclito, y es verdad; pero Estados Unidos no cedería el liderazgo mundial, aún teniendo en contra “la fuerza de las cosas”, por ejemplo, la supremacía económico-comercial de China. “El mundo resulta inimaginable sin Estados Unidos”, es idea que orienta y define proyectos económicos y sociales, y el pensamiento y acción de la política en el orden de la civilización de la globalización.

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RETRATO DE JIM MORRISON: VIDA, ARTE Y ROCK AND ROLL

RETRATO DE JIM MORRISON: VIDA, ARTE Y ROCK AND ROLL 1943-1971

Situaciones y circunstancias de Jim Morrison.

El paso de Jim Morrison por la vida y presencia del mundo, acontecieron en el período del esplendor del poderío norteamericano, posteriores a su victoria portentosa en la Segunda Guerra Mundial, y culminaron en la época en que la conciencia juvenil estadounidense comenzaba a manifestar el repudio a la barbarie genocida del ejército más poderoso del mundo, practicada de modo cotidiano en la guerra de Vietnam.

La vida de Jim Morrison transcurrió en el medio urbano, en diferentes lugares de Estados Unidos; su infancia y adolescencia transcurrieron en una familia de clase media; no pasó por carencias materiales; desde esta perspectiva, las bases materiales de su vida fueron suficientes para la conquista que logró de su independencia intelectual y emocional, a temprana edad; sin embargo, parece que toda su vida fue consciente de carencias afectivas y resentimientos respecto de sus padres; las puso de manifiesto en composiciones y presentaciones, de modo escandalizante, con ostento de inmoralidad; supo de los avances tecnológicos de la música en su época, y logró la conexión de su fuerte sensibilidad y arrolladora forma de artista, con las posibilidades de armonía, composición y melodía de instrumentos electrónicos, con la fuerza expresiva y matizada de su voz y carismática personalidad.

Jim Morrison alcanzó la suficiente configuración de conciencia –manifiestas en su fraseología, canciones y poesías- respecto de las principales instituciones de su época y sociedad; eso era el fundamento de su desempeño en los escenarios y figura de interpretación de sus canciones; ese fundamento es la base para referir que no había creído en la importancia social de la cultura, de la educación, de la religión y partidos políticos, inclusive, de la sociedad de consumo norteamericana. Desde esta perspectiva, está claro que no creyó en el american way of life; no creía en nada de esas tradiciones, y, sin embargo, no fue un nihilista radical y total; sí creía en otras cosas, lo manifestaba, pero sin elevar esas creencias al discurso o concepto, ni al análisis argumentativo de las creencias que hicieron posible su existencia como despliegue de sus posibilidades de vida, y el límite de sus acciones. El conjunto de esas creencias –objetivadas en su vida pública- fue la transversalidad de su devenir existencial; esto fue su actividad creativa, interpretativa y expansiva del rock and roll; su aportación a esa modalidad de la música contemporánea, sin duda alguna, ha sido representativa, de modo notable, de la sensibilidad estética del mundo occidental en la segunda mitad del siglo XX.

La transversalidad mencionada, fue el nexo de Morrison con el mundo y la época que le tocó vivir; ese mismo nexo también fue la mediación con sí mismo, el despliegue de sus posibilidades de vida y creatividad y contacto con sus limitaciones; esto último fue el acto en que culminó su juventud y el agotamiento de su vigor físico, y encuentro con la muerte, acontecido en un momento en que su existencia parecía expresión de una nueva voluntad, renovación de vida y de una actitud diferente frente al mundo.

La transversalidad referida, aparece como el conjunto de circunstancias que lo llevaron, de una vida de estudiante universitario de cine y fotografía, en Venice, California, al acercamiento a la música y el canto, y que, está de más decirlo, fue exitoso, productivo, impresionante y arrollador; lo que no está de más señalar, es que semejante circunstancia de desenvolvimiento en la construcción de música rock, aconteció sin que Morrison tuviera la suficiente formación técnico-musical para hacerlo, y sin embargo, lo hizo, porque tenía las suficientes condiciones subjetivas de formación literaria, sensibilidad estética y voluntad de acción y compromiso; sin duda alguna, logró conjugar la fuerza de su sensibilidad y voluntad de vida, con el desarrollo portentoso que mostró el rock en la década de 1960-1970, período correspondiente a su despliegue existencial como compositor, intérprete y presentaciones públicas frente a multitudes juveniles, que coincidían con Morrison es su frenesí de inconformidad, rebeldía, voluntad de saturación de los sentidos y aletargamiento de la conciencia, anestesiada precisamente por los excesos en lo primero.

Estética de Jim Morrison.

La consideración de las condiciones, situaciones y circunstancias de Jim Morrison, es el fundamento de su concepto como compositor, intérprete y agente del rock, del concepto de su existencia y obra estética; fue la estética de la música rock el punto de partida y el sustento de su existencia, unidad de su actividad y obra, y de la cual se alejó tardíamente, con propósitos que nunca aclaró; cuando intentó distanciarse de su existencia estética como agente del rock, ya era demasiado tarde para su espíritu agotado, su corazón debilitado y su cuerpo exhausto, precisamente por su afán de saturación de los sentidos. Esto fue el proceso de vida, de derroche de compromiso, de exceso del esfuerzo intelectual y físico, de autoinmolación de su cuerpo, salud y vigor físico en el altar de fuego del rock, donde él, supremo sacerdote, se ofrecía en sacrificio sensible, a la divinidad de la sensibilidad estética empírica, a la que entregó su vida. La relación empírica con esa divinidad fue el fundamento de su obra; de ese modo, el individuo Morrison, su concepción de la estética y su obra, ganaron un lugar en el mundo, y pagó el precio de haberse resistido a someter a crítica los fundamentos de su vida y obra, y más aún, por haberse rehusado a imprimir el sello de la evolución a su existencia y obra, y de ese modo conquistar la elevación de la una y la otra, al significado de la universalidad artística.

Hay evidencia suficiente de que Morrison sabía del espíritu que hay más allá de la representación inmediata del mundo y de la vida, y que está más allá de la experiencia sensible; por supuesto que su obra es parte de la cultura del rock, y representativa del espíritu norteamericano de aquella época; es evidente que sabía que hay un mundo universal y representativo de la humanidad, y que es el reino del espíritu; lo sabía, pero no quiso ingresar en él; hizo de su obra y relación con el rock, una pantalla donde proyectó con la mayor intensidad de que era capaz, la fuerza de su voluntad de sensibilidad y de experiencia empírica, y cerró esa fuerza en sí misma, condenándola al agotamiento en su interior, no obstante que sabía del reino del espíritu viviente detrás, y más allá de esa pantalla de inmediatez; se redujo a la empiricidad, y no se alejó de ella; es probable que la haya traspasado de modo subjetivo, en un momento de extraña lucidez y sobriedad, pero sin llevar esa reflexión al concepto de su acto, y por lo tanto, de emancipación de formas de conciencia logradas, y de figuras de experiencia constituida en la relación con esa pantalla.

La vida y obra, presencia y memoria de Jim Morrison, en su conjunto, ha sido reflejo de la época que vivió, y también de nuestro mundo actual, mundo que, en su unidad, vive dominado por la fuerza y el deseo del consumo: él hizo de su vida y obra, con evidente voluntad y clara intención, un largo proceso de consumirse a sí mismo en la creación de su obra, signada con la fuerza de la autodestrucción, y con el deseo de desaparecer en el acto mismo de la destrucción de todo principio, respeto, valor y moral; sin embargo, semejante voluntad de consumismo destructivo, era figura de búsqueda de un sentimiento de religiosidad diferente, de una religiosidad que lo hiciera sentir la disolvencia de la realidad y de sí mismo, en la simplicidad de lo eterno e inmodificable; esto puede ser la misma figura de las sensaciones empíricas y percepciones subjetivas propias de sus prolongados y frecuentes actos de consumo de drogas y alcohol, o combinación de ambos, que muy pronto resultó letal para su corazón; fue el vigor de la juventud, condición que le permitió resistir semejantes excesos; cuando llegó al límite de su resistencia, no era posible ninguna recuperación o tratamiento; al parecer, jamás visitaba a médico alguno.

En semejante desarreglo de los sentidos, embotamiento del cerebro y lenguaje, y descuido indolente del cuerpo y salud, Jim Morrison avanzó en su trayectoria de vida y constitución de su obra, mediante la conservación del equilibrio de las facultades principales; sin duda alguna, los procesos y experiencias de su formación cognoscitiva en su infancia y adolescencia, conformaron en él, bases epistemológica sólidas, y de modo consciente, generaba un impulso de armonía y equilibrio entre la facultad de conocer, la facultad de hacer –que abriga el deseo, el sentimiento, la pasión- y la facultad estética, que organiza a los sentidos, perfeccionándolos. El equilibrio y armonía entre las facultades es fundamento de la reflexión estética total, que significa unidad generativa del artista, en unidad con la generación de su obra; también se llama reflexión artística operativa, que es devenir del artista y su obra creativa; estas son las figuras de Jim Morrison como sujeto artístico que generó una obra de arte en la mediación de la reflexión estética; es evidente el nexo de esta figura de Morrison con la noción del arte del siglo XVIII, aportada por Klopstock: “El arte es una nostalgia de consumación total”; Morrison resolvió esa nostalgia en la continuidad del acto en que consumió –a lo largo de cinco años- una nostalgia por la religiosidad arcaica y primigenia, en búsqueda inútil y desesperada de su “autoconsumación total” en la muerte, a veces, fingida, a veces, deseada; pareciera que en ese acto, unía sus manos con Rimbaud –“el poeta vidente, inventor de lo desconocido”- y Artaud, -el explorador del sentimiento arcaico del nexo del hombre con el universo- en un delirio de arrojo al abismo de la subjetividad, significativo del acto articulado con la fuerza indestructible de los instintos. Sin embargo, Morrison conservaba una cierta lucidez, que era la estimación de sí como poeta y anarquista, la cual le hacía creer –de modo extrañamente infantil- que podía hacer lo que quisiera, con la inocencia fingida en no recibir una reacción de la cultura y una respuesta de la sociedad; lo fingía, porque entendía que sus conductas anárquicas tendrían un castigo; y los fingía también, porque se creía capaz de pagar el precio que fuera: parecía no importarle morir; en atención a esto, se hacía llamar “el rey lagarto”.

La búsqueda de Morrison de la consumación total, sin voluntad resolutoria de los ciclos que cumplía su reflexión estética en la constitución de su obra, fueron las dos condiciones principales de la lenta y tortuosa evolución de su rock, y tremenda dificultad comprensiva de su composición poética; la anarquía reinante en su reflexión estética, modo de vida y hábitos personales, liquidó con gran rapidez la disciplina básica manifestada en los años de formación universitaria. El deseo furioso y voluntad extrema para la saturación de los sentidos barrieron la disciplina organizadora de su actividad, formada en las aulas universitarias, y nunca la reconstituyó. Sus últimos meses de vida y el retiro en París, pueden interpretarse como un intento de introducir una nueva disciplina elemental es sus hábitos, alejándose en mucho, del estilo de existencia que tuvo durante cinco años, y que lo colocó en situación del trance de muerte, efecto de su fatiga corporal innegable, y de un cansancio mental extremo, resultantes de la experiencia dionisiaca, vivida con la máxima tensión que pudo soportar su juventud, y que, ciertamente, fue elevadísima. Desde esta perspectiva, la falta de disciplina en su reflexión estética, fue la limitante en la constitución de su obra poética y relación con el rock; lo mismo, también fue condición del perfeccionamiento de su estilo, a la vez que del estancamiento en el mismo, el cual aceptó quedara encerrado entre los muros del consumismo de sí mismo –con sus “hábitos” y presentaciones-, la escandalización espectacular y la repetición del estilo musical y escénico, que acabaron por conducirlo al tedio del rock, al aburrimiento con The Doors y al tedio con relación a sí mismo: fue el tedio de la exultante nostalgia de consumación total, en la anarquía total de la experiencia dionisiaca, sin horizonte ni sentido. Sin embargo –justo es decirlo- sí hubo un momento en que semejante intensidad de vida dionisiaca, fue realmente constituida con las grandes fuerzas del deseo y de la pasión, que definieron, en su oportunidad, el sentimiento de religiosidad que lo determinó desde el instante en que se hizo consciente de ello, y nunca lo resolvió: se petrificaron juntos. Esto pudo ser el momento en que Morrison abandonó el compromiso con la reflexión estética, en acto de preferencia de su sentimiento de religiosidad; eso parece haber sido el secreto de su existencia, y que tal vez, trataba de ocultarse a sí mismo: quería ser un hombre místico, alcanzar la disolvencia en la divinidad, conquistar el misticismo, luego del embotamiento extremo de los sentidos, sin resolución o emancipación; En 970, deja la ciudad de Los Angeles y el grupo de The Doors, con destino a París: en realidad, debió ser la India.

Creemos con firmeza, que la vida de Jim Morrison acabó en el momento en que abandonó la reflexión estética, y al hacerlo, renunció al compromiso esencial de los grandes artistas, que es “encontrar la gran verdad del mundo a través de la facultad estética y entregarla en sus obras (…) la noción de verdad es inseparable del mundo (…) cuando la obra de arte rompe cualquier conexión con la verdad del mundo, es una obra que vive en la orfandad y carece de la gravedad, del peso y la solidez que tienen las grandes obras que efectivamente expresan a las grandes transformaciones del hombre a lo largo de su evolución”; ¿cuál fue ese momento? Fue el momento en que debió entender que la repetición de la experiencia, del estilo de vida, rock y poesía, del tedio que se apoderaba de él, lo habían saturado; fue el momento en que se asumió más como poeta que otra cosa, y en ese momento falló, se falló a sí mismo, y pagó el precio: fue el momento en que, con toda seguridad, apareció por única vez en su existencia, la oportunidad de cambio radical de sí mismo, mediante el abandono de viejas relaciones sociales y asunción de nuevas relaciones sociales, impregnadas con otro sentido, y lo dejó escapar. Aquel momento pudo haber sido tal, como posibilidad de renovación radical del compromiso con la verdad del mundo y llevarlo a su expresión universal –mediante la reflexión estética- en el rock y la poesía; y afirmamos que tal momento ocurrió porque Morrison era un artista, y él lo sabía perfectamente, desde temprana edad

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[1] S. Iglesias. Situación del arte en los tiempos actuales. Ed. La Mueca, Morelia, 2003, pp. 48-49.

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NOVIEMBRE: INMERSIÓN EN EL TIEMPO Y OFRENDAS A LA MUERTE

NOVIEMBRE: INMERSIÓN EN EL TIEMPO Y OFRENDAS A LA MUERTE

En la región lacustre de Pátzcuaro se conserva la memoria de la ofrenda a la muerte, sin recuerdo consciente del origen ancestral de esta festividad. En esta parte de Michoacán, durante los últimos días de octubre, muchos de los habitantes se dedican a la preparación de los objetos y ritos que les permitirán enlazar, en la subjetividad del tiempo, el mundo de los vivos con el mundo de los muertos. Con alegría recóndita y entusiasmo sagrado que sólo ellos pueden reconocer entre sí, los indígenas, -hombres dignos, inescrutables y sabios-, preparan los secretos de su conciencia para el reencuentro con la presencia de quienes ya dieron el paso al mundo de la incorporeidad. La noche del día primero de noviembre es el manto mágico que cubre el reencuentro entre la vida y la muerte como dimensiones intrincadas de un mismo tiempo-ser; esa noche también es instante propiciatorio para dirigir la mirada hacia el interior de la vida en búsqueda del significado del acto de la muerte como puente entre dos mundos que pertenecen a un mismo tiempo, a un mismo ser.

Antes de que llegue la noche del primero de noviembre los indígenas acuden al cementerio cargando sus ofrendas, velas y veladoras, adornos con papel de china y calaveras de azúcar. Llegan al lugar de reposo de sus difuntos y acomodan la comida y los adornos con una veneración que mezcla admiración y alegría, respeto y reconciliación; lo hacen con un silencio y alborozo que sólo brilla en la mirada; es un contento que sólo ellos pueden sentir porque es la certeza de unir dos lados de un ser único que todo lo abarca, que todo lo envuelve. Cuando cae la tarde casi todas las tumbas se han transformado en altares, donde el nombre, el lugar y las características de cada objeto tienen un significado mágico y sagrado que se sustenta en la memoria silenciosa del esplendor glorioso de un pueblo antiquísimo que encontraba la felicidad aquí en la tierra por el convencimiento de que con su permanencia aquí, participaba en un regazo divino, cósmico y eterno. Los altares transforman y honran las tumbas que abrigan hombres hechos de tierra, para satisfacción de los muertos, porque la tumba de tierra es el lugar de unión de los remontados hacia el interior del tiempo, con el ser, exteriormente revestido de tierra. Honrar las tumbas significa honrar la unión de la vida con la muerte y del mundo con el tiempo; es honrar a los vivos como tierra viviente y a los muertos no como tierra muerta, porque la tierra es inmortal, sino más bien como tierra liberada, purificada y perfeccionada.

Antropólogos, poetas, urbanistas, filósofos, arquitectos, diseñadores, músicos, fotógrafos, arqueólogos, astrónomos y místicos; norteamericanos, asiáticos, europeos, uno que otro africano, latinoamericanos y muchos, muchos mexicanos llegan a Pátzcuaro el primer día de noviembre en autobuses y coches particulares. Apenas oscurece y a veces, desde antes de la puesta del Sol, el muelle se convierte en una aglomerada romería donde hay de todo, desde solemnidad hasta descaro; admiración, curiosidad y desfachatez. Las múltiples caras del poliedro de la cultura occidental, capitalista y decadente se aglomeran en el muelle de Pátzcuaro y en las lanchas, que por lo regular atraviesan el lago en treinta minutos, ese día lo hacen en veinte, para llegar a la Isla de Janitzio. En cuanto las lanchas llegan al muelle de la isla, todos, absolutamente todos caminan por la calle en espiral para llegar al cementerio. Durante ese trayecto, necesariamente cuesta arriba, el visitante va confrontando la idea previamente elaborada con lo que va encontrando paso a paso, hasta llegar al “campo santo”, donde la imaginación estalla ante el encuentro con decenas y decenas de cirios, velas y veladoras que para nada le dan un toque fantasmagórico al lugar, más bien todo lo contrario, porque la noche tiene la claridad de una luz que significa un enlace con otra concepción del tiempo y de la vida; cada sepulcro parece un templo pequeño cuyo sagrario es la conciencia de quien evoca la vida del yacente bajo la tierra.

El visitante se encuentra de pronto ante tumbas rodeadas de velas de distinto tamaño y grosor, adornadas con papel de china con cortes primorosos pero enigmáticos y cortados con tijeras guiadas por manos mágicas que dejan huecos en el quisquilloso papel, como delicadas figuras y formas indescifrables que transmiten sensaciones arcaicas y sencillas, casi imposible de asimilar inmediatamente, porque se refieren a una concepción enigmática sobre el laberinto del tiempo, la vida y el mundo; también está la bebida y alimentos favoritos del difunto, y están las mujeres de negros cabellos largos, tejidos en apretadas trenzas, con sus ropas típicas, hechas a mano, cuyo diseño y técnica no ha cambiado en siglos; algunas descalzas, otras no, pero los pies de las primeras muestran la apertura de los dedos por la búsqueda de la raíz del cuerpo en la tierra y para nada parece importarle las grietas ni las uñas engrosadas. Son como pies de barro petrificado que envuelven una delicada trama que empezó a formarse desde la primera vez que los pies de una niña se posaron sobre la tierra y puede ser que ese acto haya sido algo así como darse cuenta del estar en un mundo primigenio que desde siempre le había pertenecido. Otras mujeres usan zapatos, pero ninguna, absolutamente ninguna dirige la vista hacia los extraños. Todas, absolutamente todas, muestran una mirada que parece expresar recorridos inaccesibles y profundos, innavegables para quien no conoce la esencia del ser y del tiempo; parecen miradas que vagan por entre los recuerdos arquitectónicos, helados y transparentes de sensaciones y dioses que unen a la vida de este mundo con otro mundo, eterno y cerrado, que sólo se abre una vez al año, no exactamente para que regresen los muertos, sino más bien para que en su umbral se unan las almas de los que todavía están aquí con las de quienes ya superaron determinaciones materiales y relativizaciones del tiempo. A veces, los visitantes pueden asistir al momento supremo del ritual, que llega cuando los grupos familiares cantan con un lenguaje musical y sagrado y que no puede menos que parecer la rememoración de un antiquísima práctica guerrero-funeraria como homenaje final para ciertos hombres transfigurados en semidioses. Esos grupos no dejan de ofrecer la imagen de la vida social primigenia dominada por la obsesión de no desligarse de las sustancias indestructibles y prolíficas, eternas y fertilizantes.

Los visitantes transitan por entre las veredas que separan las tumbas y a su paso perciben conversaciones y soliloquios sostenidos en una lengua suave y discreta, musicalizada y enfática que sumerge a los indígenas en un diálogo que desdobla y aplana los pliegues del tiempo y que une a la vida con el recuerdo en una misma experiencia y que durará aquí, sembrada en la tierra, donde será vitalizada con la contemplación y el trabajo sobre las cosechas, fertilizadas por las lluvias que consigo trae el descenso a la tierra de las potencias mágicas de la fertilidad.

Casi todos los visitantes llevan cámaras fotográficas o de video; muchos de ellos llevan alcohol en la sangre y cerebro y así caminan entre las tumbas, como desconcertados; casi en nada se diferencian de estos quienes no ingieren alcohol, porque caminan entre los sepulcros y parecen como maravillados ante la imposibilidad de comprender inmediatamente las formas subjetivas y prácticas con que los indígenas traspasan la vida y la muerte en sus dos direcciones. Puede ser que sólo por esa noche la embriaguez significase el esfuerzo insuficiente de una valentía inútil para intentar rasgar el velo enigmático con que la cultura occidental ha cubierto a la muerte desde hace dos o tres milenios; puede ser entonces un acto de valentía para asomarse a un ritual que cada año se profana más y más. Pareciera que la conciencia occidental sólo puede resistir el impacto del encuentro con otro significado de la muerte con la condición de que los sentidos estén aturdidos y aletargados, o tal vez esto sea algo así como un intento inconsciente para tratar de intervenir, aunque sea de manera superficial en un rito enigmático, profundo y consagrado, en el que solamente pueden participar los elegidos por sus propias divinidades para revelar a ellos los secretos del tiempo, la vida y la muerte.

A muchos indígenas, ya profanados y corrompidos, les importa mucho la llegada de los mestizos y extranjeros, porque traen dinero; si estos quieren oír cantos que no comprenden, filmar altares o fotografiar ofrendas, tendrán que pagar. Para otros indígenas, los visitantes son extraños, llegados de lugares donde la muerte es la figura del dolor y desesperación, de la culpa y arrepentimiento, donde el morir es considerado un acto de despedida final. A estos indígenas sólo les importan sus meditaciones y recuerdos que los sumergen en un viaje imposible de compartir, hacia el fluir de su propio tiempo interior que se diluye en el tiempo cósmico que envuelve con su protección a una tierra consagrada a los dioses y favorecida por estos. Así como se cumple el ritual en Janitzio, igual sucede en otras poblaciones del lago y región patzcuarenses. Mito y magia, experiencia de que la vida y la muerte son pliegues de un mismo tiempo, cantos de los vivos y veneración de los muertos; lo sagrado y lo mundano, parecen unificarse en una noche cuya luminosidad y cánticos quisieran llegar hasta el pórtico de la eternidad, a donde se puede entrar y salir a condición de obtener la anuencia de los dioses que todo lo ordenan y todo lo conducen desde más allá de las constelaciones.

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JIM MORRISON: SIMBOLO, NO MODA DEL ROCK AND ROLL

JIM MORRISON: SÍMBOLO, NO MODA DEL ROCK AND ROLL

Jim Morrison fue único en el devenir del rock; esta afirmación no es apología o acto de veneración a su memoria; más bien, es la expresión que pretende ilustrarlo como un fenómeno típico de la moda, en sentido estricto; fue una moda, excitante y aterradora a la vez, tan incitante como chocante; lo primero, para la juventud; lo segundo, para la generación adulta, las instituciones y tradiciones norteamericanas. Fue único, desde el principio, desde su primer contacto con el rock como intérprete y compositor, a la temprana edad de veintiún años. Todo en él, fue único en su relación con el rock; fue así bajo las siguientes figuras:

-presencia carismática;

– voz profunda y resonante;

-dominio del escenario;

-fuerza interpretativa;

-libertad individual, convertida de modo instantáneo en anarquía y nihilismo;

-búsqueda simbólica de una religiosidad ancestral y arcaica;

-misterio que irradiaba de la unidad de su voz, figura física y magnetismo carismático;

-autoinmolación resplandeciente en el fuego de su vigor juvenil;

-pasión dionisiaca, que giraba sobre sí mismo;

todo esto, y seguramente más, estaba marcado con el signo de la decadencia gradual del sentido de la existencia y de la obra proyectada hacia el mundo que, sin embargo, no se abrían -ni la una ni la otra- al mundo, porque no eran portadoras de una propuesta constituyente de pensamiento, mundo y realidad histórico-social.

Eso era Jim Morrison es su época: algo único, carente de sentido y eso se llama moda;  pero fue una moda que se trascendió a sí misma, por efectos de la cultura y consumismo; fue algo más que moda; si bien es probable que el mismo Morrison se percatara que lo era, en diferentes momentos de su trayectoria con The Doors, la cultivaba por inercia, puesto que esa era su actividad, cumplida bajo el sometimiento del grupo a su magnetismo carismático. La moda que fue Jim Morrison duró más que él y que The Doors, porque la contracultura de California se identificó con ellos, en la época de la guerra de Vietnam, y lo mismo sucedió con la rebelión de la juventud de varias universidades norteamericanas contra el autoritarismo educativo y luego, contra el consumismo y el orden social establecido por el estilo de vida norteamericano. Jim Morrison trascendió a su figura de moda, por su estilo dionisiaco, anárquico y nihilista, signado con la indiferencia a la muerte, sin temor a la locura y por la tendencia –consciente o subconsciente- a la autodestrucción, con el recurso del sensualismo extremo.

            “El estilo –dice Severo Iglesias- es la singularidad característica de las obras, pero se llama verdaderamente estilo cuando entronca con la época (…) los grandes estilos expresa las grandes tendencias o a las grandes formas de sensibilidad de una época (…) si no responde verdaderamente a las posibilidades de sensibilidad de una época, no llega a cobrar el carácter de estilo, la época es el referente”.[1]  El estilo de Jim Morrison fue único, de principio a fin, siempre fiel a sí mismo, consumiéndose en el fuego que incendiaba su sensibilidad interior, y en el del sacrificio que significaban sus presentaciones en teatros y auditorios, cumplido en el acto en que se arrojaba al público apretujado junto al escenario; aquello era un acto de vida, muerte y resurrección, para volver a morir poco tiempo después, en tanto morían un poco más, su sensibilidad y cerebro, su corazón y orden fisiológico. Por supuesto que él lo sabía, pero mientras duraba el sacrificio, no le importaba el precio de la muerte. Desde esta perspectiva, el estilo de Morrison entroncaba –sin proponérselo- con la época que vivió, signada por el ambiguo sentimiento norteamericano de poderío incontrastable y oquedad espiritual que buscaba llenarse de algún modo, ficticio o sensualista, por ejemplo; lo primero, con la anestesia del consumo ilimitado; lo segundo, con el estímulo artificial y la intoxicación con alcohol, marihuana y LSD; por supuesto que semejante ambigüedad de sentimientos acabó por estrellarse contra la solidez histórica del sistema institucional, especialmente del judicial, y frente al cual acabó por sucumbir una voluntad negativa del orden funcional establecido; y no sólo se estrelló contra ese orden, sino que acabó por ser asimilado y convertido en un componente de la maquinaria del sistema establecido; esto también es parte principal del poderío norteamericano: su capacidad de absorber las novedades y disidencias, y ponerlas en el lugar que le merecen en la disposición de sus elementos componentes; es sabido: de ese modo explica Herbert Marcuse a la realidad norteamericana.[2]

8. Morrison como símbolo.

            Es probable que la fama alcanzada haya resultado indiferente a Morrison; en cambio, la circunstancia de que comenzaron a resultarle tediosos los medios por los cuales llegó a la fama con rapidez, fue algo que, con toda seguridad, no le resultó indiferente. Que esto pudo haber ocurrido, se deriva de la consideración de su escape a París y alejamiento de Los Angeles; no fue casual que eligiera la capital francesa. Es probable que haya elegido París por la originalidad de la cultura francesa, sus marcadas diferencias con la sociedad norteamericana y tal vez, por la sensibilidad estética de la cual la ciudad es depositaria, junto con la universalidad del pensamiento y asiento de la acción política que transformó a Europa en más de una ocasión. Ciertamente que esta digresión es una especulación, pero pretende hacer justicia al acto de conciencia y momento de reconocimiento de la existencia cumplida, asumidos por Morrison, con la voluntad para cerrar un período de la vida –agotado por los excesos- y pretender un nuevo comienzo.

            La unidad de estilo y moda en el caso de Jim Morrison es el fundamento de su concepto como símbolo; dice Claude Lévi-Strauss –el maestro de la antropología estructural- que el símbolo es la representación sensible de contradicciones irresolubles; en verdad, Jim Morrison es el creador de moda que, de modo único, es encarnación del significado del rock como representación sensible de contradicciones irresolubles. Jim Morrison era –y es- un símbolo, y como tal, era una contradicción irresoluble… para Jim Morrison.

            Como casi nadie en el rock, Jim Morrison es la concreción de quien conquistó la simbolización de sí mismo y de su época, mediante el precio de la autodestrucción congruente con el esfuerzo y acto de liberación de los sentidos; resulta poco probable que haya habido diferencias entre la vida pública y la vida privada de Morrison: sus vicios públicos debieron ser sus vicios privados, y sus virtudes privadas, sus virtudes públicas. Puede resultar algo extraña esta última terminología referida al nihilista dionisiaco, que fue único, incomparable. Sin embargo, sí había algo de virtud: la búsqueda de realización de un sentimiento de religiosidad originaria. Junto con esta apreciación, aparece la consideración de su existencia como una vida integrada a su obra de rock, como un devenir de paradojas y contradicciones entre su nihilismo dionisiaco y búsqueda de religiosidad originaria, susceptibles de considerarse –una y otra- fundamentos de entusiasmo por la poesía. La misma tensión entre lo uno y lo otro, también aparece como origen de sus tensiones intelectuales y afectivas, proyectadas en la construcción de su obra poética, de tan dificultosa lectura y comprensión, al menos en las traducciones a la lengua castellana. Hay una correspondencia entre el magnetismo carismático de Morrison y su poesía; sin lugar a duda, hay una conexión de su carisma y poética, con las contradicciones y paradojas de la época que le tocó vivir. Un examen proveniente de la sociología del arte, bien construido y cumplido con rigor, podría demostrar esa conexión.

Sin lugar a duda, esa correspondencia y conexión, son figuras de la matriz de inteligibilidad –frase expresiva de la utilidad del símbolo- que puede continuar el pensamiento crítico que asume el examen del rock, del devenir norteamericano y de un personaje que representa -de modo único y peculiar-, a lo uno y lo otro. Esto es la actividad del pensamiento que siente el compromiso de iluminar la vitalidad extraordinaria del poeta-cantante que sólo al principio encontró rumbo propio y que no constituyó la voluntad necesaria para lograrlo. El pensamiento crítico aspira arrojar alguna claridad sobre el individuo que despertaba emociones poderosísimas y que cumplía en sus presentaciones públicas actos litúrgicos de sacrificio y alabanza a la vida sin límites, en los cuales él, era sacerdote y ofrenda, poeta y cantor de los himnos de vida, consumados en destellantes actos de agonía, matizados con placer y tensionados por el dolor de una agitación oscura, que salía a la luz para mayor desconcierto de un mundo que buscaba en él, un nuevo profeta dionisiaco que anunciara un porvenir diferente al hastío del sensualismo vacío.


[1] Severo Iglesias. La situación del arte en los tiempos actuales. Ed. La Mueca, 2003, Ibid. p, 100.

[2] Vid. H. Marcuse. El hombre unidimensional. Ed. Seix Barral, 1971, pp.31-227; Eros y civilización. Ed. Seix Barral, 1972, passim; El fin de la utopía. Ed. Siglo XXI, 1971, passim.

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EL ROCK DE JIM MORRISON: AFIRMACION Y NEGACION DE LA VIDA

EL ROCK DE JIM MORRISON: AFIRMACION Y NEGACION DE LA VIDA

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La noción de verdad es el concepto representativo de la relación del hombre con el mundo; la noción de verdad es evocadora de las dos caras de una moneda: por un lado, representa la reconciliación del hombre con el mundo, y por el otro, el desgarramiento entre el hombre y el mundo. Desde la perspectiva de la noción de verdad, es posible la comprensión de la relación de Morrison con el mundo, con su obra y con sí mismo; esa relación resulta perceptible en el análisis de su estilo de voz y presentaciones públicas, y por supuesto, en algunas frases, canciones y versos de su autoría; la unidad de ese análisis muestra que en Morrison hubo más desgarramiento con el mundo, que reconciliación; más sentimiento de estar sometido a la opresión, que liberación de fuerzas históricas y situaciones sociales que sentía lo acosaban, y de las que se defendía, con el recurso radical del refugio en la posición negadora extrema de toda norma social. De ese modo asumía el desgarramiento como figura de la verdad de su tiempo, de su obra y de sí mismo: mediante la triple dinámica del exceso de los sentidos, liberación de los instintos y aniquilación del orden mínimo en la existencia. La unidad de esa dinámica era fundamento dionisiaco de su vida, inspirada en Dionisos, el dios griego del canto y placer, del vino y la danza; también era la figura de la conciencia que tuvo del magnetismo de su estilo y personalidad carismática, que debieron hacerlo consciente de su poder sobre las multitudes delirantes, identificadas con la figura del desgarramiento de la verdad y rechazo del mundo del consumismo, y de las costumbres sociales norteamericanas, no obstante haber sido –el artista y las masas- un resultado de la tradición familiar y sociedad civil de Estados Unidos. De semejante modo abrió paso a la constitución de su existencia dionisiaca, con fundamento en el formidable vigor de la juventud, desbordándose en el rock, las multitudes que asistían a las presentaciones de The Doors y la  poesía; de este modo, el fundamento dionisiaco de su existencia fue fundamento de la adoración de sí mismo, mediante el acto sacrificial de su juventud a través del sensualismo extremo, asumido como tejido de ‘sendas perdidas’, sin brújula racional que lo orientara hacia el encuentro con la divinidad natural que buscaba, para disolverse en ella; es evidente que no la encontró, luego de tanta adoración sensual y repudio del mundo de la costumbre y tradición. Es evidente que comprendió esa imposibilidad en el acto en que sintió el agotamiento de su vigor juvenil, y haber llegado a los límites irrebasables de la saturación de los sentidos y comprensión de la falta de validez de las tesis de Blake, Rimbaud y Huxley acerca de la percepción, y en que, tal vez, sintió y aceptó el cansancio fisiológico de su corazón, y la insuficiencia espiritual de su existencia. Fue la sensibilidad extenuada que pudo llevarlo a la decisión de dejar California, de alejamiento del rock y de The Doors, de los actos multitudinarios de adoración de sí mismo y de su entrega sacrificial a las masas delirantes, que lo adoraban como dios del rock, cuando se arrojaba al público, y en el acto con que la multitud lo transportaba, con los brazos abiertos y las piernas rígidas, parecía vivir, por un instante, la alucinación de la muerte y resurrección que lo salvaban de sí mismo, mediante la entrega que el poeta-cantante hacía de su cuerpo a las multitudes ávidas de poseerlo y devorarlo. Con la conciencia lúcida de estar arrojado, o caído en una situación límite, asumió ese resultado de su verdad, o desgarramiento con sí mismo y con el mundo, yéndose a París, con su mujer; en la gran ciudad francesa llevó una vida de reposo, y tal vez, de intensas meditaciones que pudieron haber estado orientadas a la reconfiguración de sí mismo, y constitución de un nuevo proyecto de existencia; era demasiado tarde para un cuerpo cansado y un corazón enfermo hasta la extenuación; pero, sin duda, poseía el potencial de pensamiento suficiente como para haberlo intentado; elementos de esto pueden encontrarse en las grabaciones que hizo, a manera de peculiares confesiones, en noviembre de 1970.

Subjetividad y entrega a la sensibilidad destructiva de sí mismo.

En base al planteamiento anterior, es posible afirmar que en Jim Morrison predominó la subjetividad sustentada en una fuerte voluntad de volcarse en el mundo de la poesía, las multitudes y saturación de los sentidos y aturdimiento de la razón; puede decirse que lo consiguió, sólo que de modo vano, pues no encontró la liberación que necesitaba en la sensibilidad de las multitudes que lo adoraban; su sensibilidad, inteligencia, imaginación, entendimiento, voluntad y razón, se resolvieron en la unidad que les confirió la saturación de sensualismo, que asumió como vía de liberación de la percepción para llegar a Dios, mediante el ritual del sensualismo que anestesiaba su subjetividad y paralizaba la percepción, y que daba origen a la fijeza del entendimiento frente al placer empírico inmediato, fuera lo que fuera: la música, la multitud, la acción en el estudio de grabación, la convivencia, el sexo, etc.; prácticamente, desde que asumió la posición de liberar la percepción, determinó su espíritu, adaptándolo a una sola figura en la relación con sí mismo y con el mundo; esa decisión ensombreció su sensibilidad, inteligencia, imaginación, entendimiento, voluntad y razón, y por consecuencia limitó al máximo, las posibilidades creativas y progresivas de su aptitud estética; luego de cinco años de haber tejido la existencia de semejante modo, es evidente que comprendió haber llegado al límite del fracaso implícito en una rudimentaria liberación de la percepción; alcanzó a comprender su error y equivocación al haber hecho de semejante voluntad de liberación, un acto empírico y sensual, sin haberlo configurado en acto vital que uniera su subjetividad con las posibilidades de la libertad verdadera, o compromiso con el mundo real, sustentado en los principios de la humanidad. Ciertamente, no le interesó mucho el sentido de la trascendencia, y no le importaba demasiado la realidad más allá de la inmediatez de su circunstancia; también es cierto que alcanzó a comprender las limitaciones de semejante posición frente al mundo y la vida, y es seguro que quiso empezar a cambiarla, o al menos, distanciarse del sentimiento de inutilidad de liberación de la percepción mediante la saturación de los sentidos.

Destello de los valores, negación de valores y voluntad tardía de emancipación.

Con sencillez válida y demostración inmediata, puede afirmarse que Jim Morrison sabía de los valores propios de costumbres y tradiciones y valores que sustentan la vida en familia y comunidad, en las escuelas y festividades comunitarias; es claro los conoció; también es claro que no los interiorizó, es decir, no los integró a su pensamiento y actividad en general; los conocía, sin respetarlos; el momento en que decidió reducir al mínimo su importancia en la existencia, fue un acto premeditado, bajo el aliento de la lectura de autores declarados enemigos de la función regulatoria de los valores para la actividad humana; fue el acto que lo puso en la senda del nihilismo, de un nihilismo relativo, limitado por la asunción del espíritu dionisiaco que saturó su existencia, su pensamiento, su actividad y que satisfizo, mientras tuvo vigor físico y emocional para cumplirlo. Sin embargo, el planteamiento principal que debe hacerse en referencia del nexo de Morrison con los valores tiene como contenido principal, señalar que su existencia se configuró, y llegó tan lejos, como dicho nexo lo permitió; la duración de su tiempo vital lo demuestra, y el estilo de su obra de rock, por igual. Los valores son la humanidad, y nadie puede sustraerse a ellos sin el amplio riesgo de verse reducido, cuando menos, a sucumbir bajo el peso y efectos del poder indestructible de la naturalidad humana, siempre amenazante con su figura de perversidad, crueldad, sadismo y degradación. Poco o nada, permitió Morrison que los valores depuraran su existencia; en cambio, su obra aparece más como producto de su voluntad dionisiaca, que de la negación de los valores; debe decirse que siempre tuvo conciencia de los riesgos y consecuencias del modo suyo de existir, y la asumió, y al final, quiso cambiar. La evidencia de esto fue su distanciamiento de Los Angeles y todo lo que esa ciudad era para él: The Doors y el rock; el dinero en abundancia y presentaciones ante multitudes delirantes; la creatividad bajo efectos de alcohol y drogas, y la vida cotidiana bajo los mismos efectos. Quiso alejarse de sus pésimos hábitos de descanso y alimentación; de las amistades perniciosas, como él mismo, o peores; de los ámbitos sórdidos que frecuentaba; de la promiscuidad y, sobre todo, del aburrimiento de Jim Morrison por ser –y haber sido- Jim Morrison. A eso lo llevó su conflicto –nunca reconocido, antes de la salida de California- con los valores y los principios fundamentados en ellos.

Nihilismo –negación de valores- y espíritu dionisiaco, fueron las acciones de Jim Morrison que lo pusieron en el justo lugar que ocupó -de modo verdadero- en la realidad; cuando lo comprendió, vivió un acto de culminación de todo un proceso de trayectoria y experiencia: fue el acto en que contempló, de modo compresivo, la totalidad de sí mismo, en unidad con su obra, a la vez que sintió el desgarramiento con el mundo. Semejante acto, tal vez, abrió paso a un espantoso sentimiento de desgarramiento consigo mismo; esto fue –quizás- el acto de su voluntad, firmemente determinada, para dejar Los Angeles, luego de comprender los efectos del embotamiento del entendimiento y saturación de los sentidos. Tal fue el acto de voluntad determinada con firmeza, para encontrar un nuevo lugar en la realidad y generar una nueva relación con el mundo.

            Sin lugar a duda, Morrison fue producto de su época y de la sociedad norteamericana, y por igual, que su personalidad carismática y obra de rock, fueron resultado de su tiempo y de la evolución que Estados Unidos había alcanzado en 1960, después de su victoria en la Segunda Guerra Mundial. Por igual, sin lugar a duda, la evolución del rock en general está en relación directa con la evolución de la humanidad. Algo aportó Morrison a la evolución del rock, y con ello quedó demostrado que las posibilidades y límites del rock, están en relación directa con la evolución de la humanidad, ascendente o degradante; los grupos y solistas de rock que así lo han entendido, son los verdaderamente grandes y aportativos a la emancipación del rock mismo.

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MISION Y ASPIRACION DE UN ESCRITOR, EN MIL PALABRAS.

MISIÓN Y ASPIRACIÓN DE UN ESCRITOR, EN MIL PALABRAS

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El escritor quiere ejercer su oficio para dar forma a la libertad que siente y con la convicción del amor y cuidado del lenguaje -producto de siglos de experiencia, acción y convivencia de cientos de generaciones que han contribuido a su construcción-; también ejerce esa actividad con el anhelo de ofrecer caminos trazados de la mejor manera que le es posible, o por sendas tortuosas apenas insinuadas; una y otra de esas rutas, al igual que otras, incluso insospechadas, tienen el propósito de presentación de la vida humana en su interacción con la sociedad, con las posibilidades y limitaciones que representan los demás para cualquier individuo; y, en esos obstáculos y conflictos siempre aparece la ocasión de entender un poco mejor un fragmento del mundo o un componente de la vida intelectual o emocional, o los dos al mismo tiempo, junto con otros; en el examen de ese propósito confluye la mayoría de las obras poéticas y literarias. El entendimiento alcanzable ocurre de mejor manera cuando la superación de las dificultades implica la exigencia de la renuncia a lo que se ama más; frente a esa encrucijada, exigencia o paradoja cualquier individuo conoce el fondo de su alma y reconoce el alcance de sus posibilidades, y todo eso acontece porque el individuo es movido por sentimientos y deseos, anhelos y pasiones, emociones liberadoras o atroces constituyentes de figuras de libertad concreta y activa; esas figuras de situaciones humanas con el fondo de la libertad es el tema de la literatura. Expresarlas de manera comunicable es la responsabilidad y placer de un escritor, mediante el mejor uso y construcción posibles del lenguaje a su alcance, o incluso, más allá de sus recursos, y que la trama de la obra impusiera explorar en beneficio de profundizar en la condición humana que aspira a determinar a través de la obra narrativa y su máximo perfeccionamiento.

En México y España tiene bastante aceptación el planteamiento siguiente: la reflexión filosófica y la creación poética y literaria tienen fundamento en la circunstancia y vivencias de los pensadores y creadores, de los escritores en particular. En los ambientes intelectuales y literarios, y de la crítica del arte, ese planteamiento es más objeto de simpatía que tema de controversia. Por mi parte, acepto la simpatía apuntada con la limitación que admito significa el reconocimiento de la grandeza y horizontes, miseria y luminosidad que siempre hay en el mundo y que aparecen de mil maneras -y más- entreveradas con la vida de cualquier individuo, junto con su involucramiento con la vastedad del mundo y complejidad de la interacción humana que dan como resultado, el tejido del manto formidable que es la vida de cualquier persona. Estoy convencido que la historia particular de cualquiera es tema suficiente para una novela; sólo bastaría detectar sus momentos principales, las emociones predominantes, el descubrimiento de la conexión entre ellas, y expresarlas de manera literaria que las convirtiera en comunicables. Estoy convencido de que la vida de la mayoría de los hombres es más o menos la misma, abierta, y cumplen las mismas actividades; la vida de las mujeres es intensa, interiormente luminosa, de grandeza sensible, de captación intuitiva y profunda de las situaciones emocionales y de autenticidad del amor que llegan a sentir por un hombre que aparece en su vida y -por un secreto de su alma y misterio inexpresable de su corazón- surge una conexión que decidirá su existencia para siempre. La narrativa de esa conexión es el gran tema de la novela; por eso, la literatura en general y la novela en particular, nunca desaparecerán, y, por lo mismo, las tareas de los escritores han sido, son y serán infinitas en la medida de la belleza que descubran en la vida humana y generen el estilo conveniente para compartirla y volverla comunicable y emocionante.

La felicidad de ser escritor es ambigua: es placer y sufrimiento; es tensión emocional y alegría de liberarse de ella expresándola; es alegría incomparable considerar la obra terminada, alegría que no pierde de vista la avispa que la ronda con su  juego de revoloteos y zumbido de dudas con que la envuelve, y llega el instante inevitable de pensar que ‘pudo quedar mejor’; a la vez, surge la certeza de que terminó su elaboración porque no había más qué decir; ¿a quién? a un lector, sujeto incierto, abstracto, sin instante preciso en el tiempo y sin lugar determinado en el espacio, pero que es real; seamos sinceros: sólo en principio se escribe para uno mismo, sólo al comienzo; tarde o temprano, cuando la trama cobra movimiento propio, ya se escribe para la construcción de la narrativa que aspira tener un destino fuera de ella misma: el lector.

¿Qué ofrece la obra literaria a un lector, ese ser sin rostro concreto pero existente, sujeto complementario de la narrativa? Ofrece una invitación a participar en la exploración de situaciones de la vida, de las posibilidades del alma de cada uno, y, tal vez, una luz -pequeña o débil, o intensa y clarificadora- que algo aportaría para que alguien pudiera conocerse un poco más a sí mismo en el acercamiento a las emociones y reflexiones contenidas en la obra literaria donde el escritor pretendió fijar un reflejo de entendimiento del mundo, de la condición humana y alma del hombre, de sus posibilidades.

Empecé a escribir, de manera principal, ensayos de crítica histórica y social, de teoría y reflexión filosófica, y algunos cuentos. Llegó el momento en que consideré casi terminada mi dedicación a la escritura filosófica pero mi inquietud para escribir permanecía; entonces decidí intentar la escritura literaria; el descubrimiento de la conservación de ciertas energías vitales puso la condición para escribir novela de contenido histórico y social.

Mis estudios de filosofía y ciencias sociales junto con mi actividad docente de profesor de educación superior han sido las bases de disciplina y autocrítica para mi dedicación amorosa a la escritura literaria, que ha sido -como lo es cualquier clase de amor- gozosa y sufriente al mismo tiempo. Quiero seguir relacionado con ella, mediante narraciones literarias con el tema de promesas, temores y esperanzas que soportan la existencia, con la aspiración de alcanzar alguna comprensión de un aspecto de la realidad, el fondo de una pasión, o de un componente de algún acontecimiento del mundo, todo ello perteneciente a la libertad, que es la esencia del hombre y fundamento de la condición humana.

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NOTICIA BIOGRAFICA

NOTICIA BIOGRÁFICA

JORGE VAZQUEZ PIÑON (1951) nació en Morelia, Michoacán, México; en esa ciudad de hermoso centro histórico de arquitectura barroca cursó su educación, desde el jardín de niños hasta postgrado, y en ella ha vivido siempre.

Fue profesor de educación básica y en escuelas de formación y actualización de maestros dependientes de la Secretaría de Educación Pública, y también en la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo. En el año 2000 decidió retirarse de la docencia para dedicarse a escribir; es autor de treinta obras entre novelas históricas, ensayos de filosofía, educación, historia, biografías, cuentos de ciencia ficción, y monografías de ciudades, lugares y personajes locales, nacionales y mundiales.

No ha sido un gran viajero, pero ha visitado Estados Unidos cuatro veces y estaría encantado de volver; está casado y más los une con su esposa el gozo de cuidar plantas de jardín y el inmenso cariño hacia sus tres nietos; abriga deseos de seguir escribiendo ensayos y novela histórica y romántica.

JORGE VAZQUEZ PIÑON nació en 1951 en Morelia, Michoacán, México.;

En su ciudad de origen cursó los estudios de educación primaria y secundaria, y en 1970, egresó de la Escuela Normal Urbana Federal;

Luego, de manera simultánea, cursó la licenciatura en pedagogía en la Escuela Normal Superior de México, y la licenciatura en filosofía en la Universidad michoacana de san Nicolás de Hidalgo, que terminó en 1978 y 1977, respectivamente.

Años después, perteneció a la primera promoción de la maestría en sociología de la educación del Instituto michoacano de ciencias de la educación.

Fue profesor de educación primaria en el medio rural, en las escuelas normales de Tiripetío y Morelia, en centros de capacitación para profesores de educación primaria en servicio, y en la Escuela Normal Superior de Michoacán.

Durante breve temporada, fue investigador en la Escuela nacional de estudios profesionales de la UNAM en Cuautitlán, Estado de México; después de su regreso a Morelia, fue profesor interino en la Escuela de Filosofía de la Universidad Michoacana, y en el Instituto de Ciencias de la Educación.

Durante veinte años, fue profesor en el plantel Morelia de la Universidad Pedagógica Nacional, donde impartió cursos y seminarios de licenciatura y maestría, a profesores de educación primaria y preescolar; en esa institución se jubiló en el año 2000 como trabajador del Estado al servicio de la educación pública.

Es autor de libros, donde examina cuestiones de Filosofía, ciencias sociales y educación; también es autor de obras literarias.

En 1989 ingresó como profesor de asignatura a la Escuela de Historia de la Universidad michoacana, donde impartió las asignaturas de Historia de la ciencia, epistemología, teoría de la historia, historia del arte, Métodos de la historia, y otras; en 2017 se retiró de la actividad docente.

Publicaciones.

Temas clave de filosofía. (coautor) Ed. Escuela Normal Urbana Federal, 1981.

Estructura y sentido de la educación superior. (opúsculo) Ed. Universidad Michoacana, 1981.

La teoría de la ciencia y la fenomenología. (opúsculo) Ed. Universidad Michoacana, 1981.

Ciencia y pensamiento crítico. Universidad Michoacana, 1982.

Sentido de la filosofía y significación del pensamiento crítico. Universidad Michoacana, 1983.

Las relaciones sociales en el aula. Instituto michoacano de ciencias de la educación, 1994.

Filosofía de la educación. Edición del autor, 1994.

Ensayos filosóficos. Universidad michoacana, 1994; 2007.

Introducción a la filosofía. Editorial Morevallado, 1997.

Perspectiva sociológica de la situación de México. Morevallado, 1998.

La ciencia de la historia, la filosofía y el mundo histórico. Universidad Michoacana, 2000.

Filosofía, sociedad y educación. Universidad Michoacana, 2001.

Los ataques suicidas a Nueva York y Washington. Opúsculo. Ed. Escuela de Historia, UMSNH, 2001.

Trilogía de ciencia ficción y otros cuentos. Ed. Jitanjáfora, 2003.

Aforismos poético-filosóficos. Ed. Jitanjáfora, 2003.

Prometeo Libertado. Trilogía dramática. Ed. Jitanjáfora, 2003.

Rafael C. Haro. Humanismo, Ilustración y Magisterio. Opúsculo. Ed. de autor, 2003.

Estudios biográficos del Dr. Atl y Nahui Ollin. Ed. Universidad michoacana, 2007.

Dianoia y Paideia. Ensayos de sociología educativa. Ed. de autor, 2009.

De la ambigua opacidad. Cartas de la Ciudad de México. Ed. de autor, 2009.

Estudios de filosofía social. Ed. Sociedad Cultural Miguel Hidalgo, 2012.

Vida Histórica y estructura espiritual de México. Ed. Sociedad Cultural Miguel Hidalgo,    2012.

Hombre de dos mundos. Novela histórica. Ed. de autor, 2012.

Un ilustrado de dos patrias. Novela histórica. Ed. de autor, 2012.

Un mexicano del siglo XX. Novela histórica. Ed. de autor, 2012.

Panorama Aletheia. Ensayos y artículos 2000-2010.  Ed. Universidad Pedagógica Nacional. 2012.

Cronología crítica de un profesor-escritor. Ed. de autor, 2015.

Disertaciones sobre la formación de México y Devenir del espíritu del pueblo.

Ed. Universidad Michoacana, 2016.

Escritos Pedagógicos Críticos. Ed. UPN, 2017.

Escritos críticos histórico-filosóficos. Ed. UPN-UMSNH-IMCED, 2018.

Morelia de ayer, edición de autor, 2019.

Estudios de filosofía y semblanzas literarias, edición de autor, 2019.

Fausto, edición de autor, 2021.

Pensamiento, mundo y acción, edición de autor, 2021.

Estudio crítico del lienzo de Jucutacato, edición de autor, 2021.

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THOMAS  MANN. Nota sobre el libro biográfico de Hermann Kurzke

Thomas Mann. La vida como obra de arte

“Cada mañana un paso, cada mañana un <<pasaje>>; ésta es mi manera de hacer, y resulta necesaria.”
Thomas Mann.

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La frase de Thomas Mann resulta perfectamente aplicable en la valoración de la biografía del grandioso escritor, nacido en Lübeck en 1875. El autor, Hermann Kurzke -nacido en Berlín en 1943- no menciona el tiempo que tomó investigar, leer, pensar y escribir los detalles de la documentada biografía; sin duda alguna, a lo largo de muchos días, en cada uno de ellos dedicaba la mejor parte de tiempo a la redacción del texto biográfico del autor de novelas emblemáticas del siglo XX. La misma frase de Thomas Mann contiene la clave explicativa de la grandiosidad de su literatura propia: cada mañana ‘hacer algo’ que incorporar a la escritura de la obra en curso, y de esa manera asegurar que cada día deje su huella escrita. Es sabido que su disciplina diaria consistía en escribir de nueve de la mañana a las doce del día, y si el tema lo ameritaba, continuaba hasta las dos de la tarde; bajo esa norma invariable aparecieron Alteza real; Los Buddenbrok; Muerte en Venecia; Doktor Faustus; La montaña mágica; Carlota en Weimar; El estafador Felix Krüll, la tetralogía  Josué y sus hermanos, y sus estudios filosóficos y políticos, y la escritura de discursos, conferencias y diarios o  documentos íntimos.  
Es pertinente el juicio valorativo de la disciplina de escritura como moral cotidiana del escritor que quiere serlo de manera auténtica y con la ensoñación de hacer algo grande con fidelidad a sí mismo. Kurzke incorpora otra frase de Thomas Mann, citada aquí con intención confirmatoria de la validez de semejante disciplina en el rigor y dedicación a la escritura; es la frase que dice “En realidad, uno sólo se siente a sí mismo y sabe algo de sí cuando trabaja. Los periodos intermedios son espantosos.” Para el escritor, escribir es actividad ética, estética, y también, vital, sentido existencial, fundamento esencial de la relación con el mundo. De semejante modo fue como Thomas Mann constituyó la relación con el mundo alemán de su infancia y juventud, cuando veía ese mundo en agonía, envuelto con el tiempo de la horrorosa transformación del espíritu del pueblo alemán en particular, y de Europa en general, luego de la capitulación del Imperio Alemán, de la desaparición del Imperio Austro-húngaro, y fracaso de la revolución obrera de diciembre de 1918-enero de 1919; fue testigo de la persecución de dirigentes y exterminio de obreros que fueron combatientes revolucionarios; debió ver, padecer y atestiguar la negación extrema de la humanidad representado en acontecimientos casi incalificables mediante el pensar y el lenguaje, ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, en el Oriente y en el Occidente.
En cuanto a la relación de Thomas Mann con el mundo mediante la escritura, dice Kurzke que “Lo que se llegó a acumular en el transcurso de su vida a fuerza de tan infatigable actividad, contando cartas y diarios, debe rondar las cinco hojas diarias, o sea, mil ochocientas al año y, en sesenta años creativos, más de cien mil apretadas páginas. (…). Novelas, relatos, un drama, ensayos, discursos, cartas, diarios… Su producción escrita es descomunal. Thomas Mann no vive por vivir, sino para escribir”; y refiere la expresión del escritor que dice: “No trabajaba como alguien que trabaja para vivir, sino como alguien que no quiere sino trabajar, ya que en cuanto persona viva no se tiene el menor aprecio y únicamente desea que lo tomen en consideración como creador.” Asumirse el escritor a sí mismo como creador y reconocerse en su obra como creador, es el acto de verdad y belleza en que hace justicia a sí mismo. Hay ocasiones en que la medida otorgada a sí mismo y a la obra conquistada resulta rebasada; ocurre cuando el escritor percibe que su vida propia también fue una obra de arte. Ese es el caso de Thomas Mann; cualquiera puede ver en la disciplina artística cotidiana la clave y condición para la conquista de semejante proporción de justicia y honradez mediante el acto de vida y amor que escribir es para el escritor, cumplido cada día concedido. 
Ocaso y esplendor de Fausto Kofka (Spanish Edition). 2021.
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Thomas Mann creyó que luego de terminar Doktor Faustus  ya no escribiría, y que moriría a los setenta años; sin embargo, vivió casi diez años más; fue el tiempo en que escribió la novela El elegido, dio término a Memorias del estafador Felix Krüll, publicó un grueso volumen de ensayos y artículos, dejó Estados Unidos para regresar a las ruinas de Europa después de la derrota de Alemania, escribió ensayos formidables sobre Lutero, Schiller y Miguel Angel, y  continuó las anotaciones en sus diarios hasta dos semanas antes de morir; hospitalizado en Zurich por problemas circulatorios en la pierna izquierda, sus ojos verde-grisáseos  se tornaron de un azul intenso; acompañado por su esposa Katia y su hija Erika, falleció el 12 de agosto de 1955 a las ocho de la noche: “informa Erika, <>” en sus últimos años “fue cubierto de oro”, recibió muchos premios, reconocimientos y medallas, doctorados y concesiones honoríficas, y publicaciones de homenaje, todos, “elogios a la imponente labor de toda una vida, a la tenacidad y a la elevada calidad de los resultados,” resultados representativos de la existencia individual como obra de arte y creación literaria que navega, se sumerge y avanza en el océano de la vida con la voluntad de comprenderla, todo, mediante actos significativos de “autoafirmación en el amor” a fin de cuentas, como figura del amor al arte que el escritor  heredó, como un regalo para quien quisiera recibirlo, y dispuesto a escribir una obra con el orgullo de conocer la clave del secreto de la creación literaria:” Cada mañana un paso, cada mañana un pasaje.
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Visión de Chetumal

VISION DE CHETUMAL

Aeropuerto

En pocos minutos el poderoso avión de pasajeros desciende de diez mil metros de altura, al nivel del mar. Luego de una perfecta maniobra de aterrizaje se detiene por completo. Disfruta uno de los últimos segundos del bienestar ambiental de la cabina y todos los ocupantes nos disponemos a abandonarla. Son las siete y treinta de la noche. Recojo mis dos maletas de viaje, y me aproximo a la puerta de salida. Llego ahí y me detengo unos instantes. Treinta y dos grados centígrados de temperatura ambiental nos reciben, nos envuelven, nos atrapan; se apoderan de nosotros en un instante y se siente como un cálido abrazo de bienvenida que da la naturaleza, en un lugar donde se unen la selva y el mar. Desde ese momento entendemos que en esta parte del mundo el calor es el supremo poder, la sustancia cósmica que fecunda su propio reino; desde ese instante reconocemos la inútil imposibilidad de resistirse a la seducción de lo invencible, de lo imperial. A partir de entonces, el calor es compañero inseparable y guía que no conoce la fatiga; se define como el ambiente generoso, y pareciera darnos una nueva piel para sentir cada uno de los poros del rostro cautivado por una noche saturada de sofocación y humedad que todo lo envuelven, que todo lo abarcan… Instantes después se siente la sed, pero no como una sequedad que desespera, al contrario, se siente una sed que agita como la emoción del deleite que aguarda con la llegada del primer trago de agua, la compañera eterna del calor, porque ahí no se siente como su opuesto, sino como su complemento.

La Ciudad

La ciudad de Chetumal vive en un continuo baño de luz. La densa nubosidad ocasional nunca demerita el resplandor imperial del cielo de este extremo de México. La noche no es su rival, es el lecho donde reposa la luz que se atenúa sin extinguirse jamás.

La ubicación de la ciudad es a la vez que su gloria y orgullo, la condición de su tormento, por su origen y dolor, por su historia. Es una ciudad que brotó en el corazón de la naturaleza, entre la selva y el mar y bajo el trono soberano del calor; la cobija un cielo radiante y muy cerca la ciñe uno de los ríos más esplendorosos, que abriga la frescura acumulada a su paso por entre los bosques tropicales.

Chetumal es una rebosante orilla de México, es como su último borde, entre la selva y el mar, porque más allá, sólo un poco más allá, están otros países, dos subcontinentes que parecen el prolongado fondo de una América que se alarga y alarga, hasta penetrar entre dos océanos, para casi tocar las proximidades antárticas, donde el calor de Chetumal no es imaginable, como en Chetumal no es concebible la helada soledad de la blancura de la eternidad.

El calor vigoroso y húmedo es el orgullo de la vida que concentra y extiende Chetumal. También es la causa de su cicatriz, sensiblemente dolorosa. Es una ciudad con un pecado original, cubierto por la selva y que el mar trata infructuosamente de lavar con sus verdes aguas. Es curioso que casi nadie hable de los orígenes de la ciudad, parece que no importa. Pero esto no puede ser posible. En el aterrador libro de John Kenneth Turner, escrito en 1908, queda para la historia de siempre; ahí hay referencias sobre el pavoroso penal de Payo de Obispo, fundado en el porfiriato como lugar de destierro y exilio para los desgraciados que caían en la tentación sin nombre ni remedio, de convertirse en opositores políticos de aquel régimen. Es mejor no preguntarse cuántos de aquellos que llegaron a esa colonia penal, lograron salir con vida de esa prisión.

El mar todo lo purifica, pero no todo lo perdona, aunque sólo él sabe el tiempo que le tomará hacerlo… y sólo los hombres de esta región pueden saber las acciones que son necesarias para alcanzar el perdón del pecado original. Tal vez por esto en la memoria colectiva de la ciudad parece no existir el rencor, sino más bien el respetuoso temor hacia el mar, por lo general dormitante en la placidez de su extensa bahía. Pero en varias ocasiones se ha erguido con majestad enfurecida, atronadora y justiciera sobre la tímida doncellez de la ciudad, para estrujarla con terribles vientos, para invadirla con poderosísimos oleajes que se han llevado al fondo del océano construcciones y vegetación, habitantes vivos y muertos, huellas del pecado y voluptuosidad, arrepentimientos tardíos y vidas soberanas. Luego del miedo indescriptible y sin nombre que se retuerce en las entrañas por el anuncio y presencia de los ciclones, siempre ha vuelto la calma y con ella, la voluntad indestructible de sus habitantes para reconstruirla una vez más. Con temor y temblor, la gente toda, jóvenes y viejos, recuerdan porque lo vivieron o lo han oído, los ciclones de 1930 y 1952, que parecieron un fin del mundo más negro y atronador que el mismo diluvio universal. Varias veces la ciudad ha renacido entre las arenas que el oleaje enfurecido exhumó del sudario del océano, donde reposaron por millones de años, para dejarlas luego a la vista de la mirada atónita de los hombres, que con incredulidad las han contemplado como destino final de todo lo que existe. La ciudad siempre ha renacido al amparo del calor tropical y con la ayuda generosa de los bosques selváticos que la rodean hacia el norte, oeste y sur porque al este se encuentra el mar, siempre el mar.

La ciudad es orgullosa y temeraria, como desafiante de su tragedia original. Como muestra de esto, ha definido su cintura de este a oeste, impregnada de incitación y voluptuosidad y en la forma de un espléndido boulevard, que la separa y une con el mar. Se construyó sobre la playa, y por ello, el mar fue empujado hacia dentro de sí mismo, por lo que este magnífico paseo es un prolongado malecón que parece cortejar con caricias acuáticas la cintura de la moderna ciudad, aunque nadie podrá saber jamás si el mar habrá renunciado a la playa que le fue expropiada. Por lo pronto, no dejan de parecer caricias resignadas a su perpetuo encrespamiento.

Cenote Azul

La ciudad de Chetumal tiene dos salidas por carretera. Una parte hacia el norte, y llega a todas las poblaciones y sitios importantes de Yucatán. La otra va hacia el oeste. Salir por esta segunda vía es una sorpresa impactante, por varias razones. Al salir del área urbana la carretera cruza por el área reservada a las instalaciones industriales, y que aún no existen. Hasta ahora ahí sólo destacan una congeladora y almacenes, así como el cárcamo de bombeo que abastece de agua potable a los habitantes de la ciudad, que parece brotada del agua y construida sobre el agua, que depende del agua, y que recibe el agua de la lluvia desde septiembre hasta marzo.

Al continuar el tránsito hacia el oeste se pasa por poblaciones con nombres como Ucum, Huay Pix y Sacxan. Es casi imposible resistir la tentación de referir estos nombres enigmáticos y melodiosos a la grandeza misteriosa de quienes habitaron esta región hace mil años y que desaparecieron de la historia con toda dignidad, junto con sus solemnidades sacerdotales y significado original de los nombres de sus dioses, sin dejar mayores rastros de su vida cotidiana, de la que sólo quedan sus testimonios de piedra calcárea, que desafían con su arquitectura, tanto al tiempo y el clima, como a la inteligencia de la arqueología y antropología juntas. Esta súbita meditación cede el paso a la fascinación por el paisaje del bosque tropical que bordea ambos lados de la carretera; con esto surge el impacto visual de la vegetación lujuriosa que parece pugnar por unirse otra vez, por encima de la carretera, incrustada como un dardo en el palpitar de la vida vegetal.

El verde clorofílico rivaliza en fervor y exuberancia con los bancos de nubes y destellos atmosféricos. Un letrero del lado derecho indica la breve desviación hacia un lugar llamado Cenote Azul. Desde la brecha de la desviación se aprecia el panorama del encanto. Para llegar a la orilla de este se desciende por un corto tramo de escalones y se cruza un inmenso restaurante, que tiene la forma y techo de las antiquísimas chozas de los orgullosos mayas, dueños eternos del espíritu de estos lugares.

La visión del agua atrae, hace concebir al cuerpo por un instante como labrado en el más noble y puro metal que se doblega sumiso a la fascinación magnética de la fuente que promete los placeres más sublimes. Ahí, en el restaurante, colgada en un soporte de madera, una coraza de tortuga de tamaño extraordinario atrapa la mirada. Y ahí está, no fue posible saber desde cuándo, ese resto esquelético como testimonio de la majestad de la vida sobre las regiones submarinas; ahí está ese viejo caparazón que encierra entre sus placas las claves indescifrables de la evolución de la vida inacabable. La percepción sobre este resto calcificado, que parece encerrar la esencia del mar, sólo dura unos instantes: un poco más allá está el agua refulgente de luz.

El Cenote Azul es como un espejo que simultáneamente refleja y transparenta el cielo, pero no es sólo esto. Tiene su identidad propia, y consiste tanto en la seducción del azul transparente que se extiende hacia los horizontes aéreos y acuosos, como hacia dentro de sí. La luz penetra y penetra en el azul del agua y este cristal líquido la abriga y se abre a ella. Es evidente la sensación de que ahí el agua y la luz son una sola onda que incita a los cuerpos magnetizados a la unión inmediata y sin condiciones con esa agua y con esa luz, que se ofrecen como a la entrega de un beso supremo capaz de disolver todos los temores y fantasmas de la vida entristecida. Es la incitación para abrigarse en la caricia que guarda el vientre de la tierra y la esencia del agua, depositada desde el principio de los tiempos en el fondo del abismo calcáreo de noventa metros. Hasta ahí han tenido que llegar experimentados buceadores para rescatar a los ahogados, que tal vez sucumbieron por el deleite extenuante del beso de los minerales primarios y contacto suave con las sustancias primigenias.

El Cenote Azul es un espejo donde la mirada no busca su propio reflejo en la superficie; la pupila se contrae en el esfuerzo por concentrar toda la luminosidad que es capaz de resistir, gloria estallante de la naturaleza que ahí parece olvidar todas las afrentas y agravios, aunque esto sólo es una ilusión que vanamente pretende ser un sustituto del acto de pedir perdón.

Con toda intención, y sabedor de la leyenda, el cuerpo se adentra con cautela y respeto en el cobijo de esa agua tibia y acariciante, con el ferviente anhelo de que se cumpla la tradición, que dice lo siguiente: “quien ve las aguas del Cenote Azul, y se moja en ellas, un día volverá”, inclusive para morir ahí, agregaríamos, aunque morir en tal lugar parecería la promesa del tránsito hacia el regazo de las divinidades eternas a las que se consagraron los mayas. El gozo del cuerpo es supremo cuando en él parecen confluir la intensidad del cielo, la pureza del aire, la dulcificante tibieza del agua, la firme seguridad de la sigilosa tierra quienes, como potencias cósmicas, se anudan alrededor de un cuerpo estremecido por la dicha de palpar las esencias del Ser.

Zona Arqueológica

La carretera de Chetumal hacia el oeste es la ruta número ciento ochenta y seis: une a esta ciudad con Escárcega, Campeche, Villahermosa, Veracruz y México. Esta carretera pasa por el campamento militar y por un buen tramo, es paralela a la pista del aeropuerto internacional. En este rumbo está el centro penitenciario. No puede uno dejar de sentir cierto estremecimiento al pasar por ahí, porque es imposible dejar de considerar como será la vida en prisión, y con semejante calor y también porque haber sido una colonia penal es el origen histórico de la ciudad capital del estado de Quintana Roo. La contemplación de la feracidad de la vegetación tropical hace posible el relajamiento y curación del estremecimiento ante la pérdida de la libertad objetiva y civil, pero la aplicación de la justicia verdadera si bien puede resultar dolorosa, nunca debe ser lamentable.

Cincuenta y dos kilómetros más adelante hay un crucero, cuya corta desviación hacia el sur llega a la zona arqueológica de Kohunlich. Durante la travesía de ese breve camino asfaltado es posible mirar la vida invencible del bosque tropical, con el que sólo el campesino maya sabe conciliarse y arrancarle un trozo de tierra labrantía como gracia que ese poder le concede para cultivar maíz. Sólo quemando se despeja la vegetación y el campesino debe empezar su trabajo de inmediato, entre las cenizas aún humeantes, antes que la selva recupere su vigor aletargado por el fuego.

Está prohibido el acceso de vehículos a la zona arqueológica. Estos deben ser estacionados en las inmediaciones, a la orilla de la selva. Al descender de los autos llega a uno de manera tan inmediata como súbita el rumor de la vida dueña de la selva. Nada de grandes animales; llega el rumor de millones y millones de insectos, muy parecido al de las cigarras y que comienza justo después del estampido de un relámpago y así continúa por unos minutos. Luego, como si recibieran una orden proveniente de la célula primigenia de la vida selvática, callan todas, absolutamente todas, tan de súbito como empezaron. Esto no deja de surtir cierto efecto hipnótico y entonces algo arcaico y profundo se remueve en el sustrato más íntimo del ser consciente, porque poco a poco uno pretende encaminarse hacia el bosque estallante de verdor y humedad, como atraído por un llamado inaudible de la selva, pero que se capta por algún sentido primitivo, porque en los bosques selváticos se forjó la especie humana primigenia en medio del sufrimiento del peligro que encierran los enigmas aún inaccesibles del comportamiento de la vida ponzoñosa de los bosques tropicales.

Como cualquiera otro lugar maya, Kohunlich está impregnado del misterio que envuelve a esta cultura que vivió obsesionada por el encanto del tiempo y en la fascinación matemático-astrológica para calcular los ciclos celestes hacia el pasado remoto, como en búsqueda del origen cero del cero y también hacia delante, hacia un futuro solamente sondeable a través de intrincados sistemas numéricos sexagesimales, a donde sólo podía penetrar el pensamiento sacerdotal, con su mezcla inseparable de magia y ciencia, de terror ante lo infinito del tiempo y de los números, y de serenidad por la arrogancia que les dejaba saberse poseedores de la clave para moverse en el pensamiento de las divinidades.

Hay ahí pirámides, una totalmente descubiertas y reconstruidas, otras semi-reconstruidas y otras que se adivinan en los montículos aún cubiertos de arbustos y árboles. También hay un juego de pelota, en medio de cuyo patio de césped se yergue arrogante una variedad de palmera que no tiene tronco, sus grandes ramas lanceoladas brotan inmediatamente de la raíz. Al fondo de la zona arqueológica está el monumento principal: la gran pirámide con su majestuosa escalinata. Autoridades competentes han colocado un techo de vegetal deshidratado sobre la escalinata, que cubre a la vez la parte superior de este edificio. Este anexo tiene el propósito de proteger los imponentes y enigmáticos mascarones adosados a las paredes de cada uno de los tres cuerpos de la pirámide así escalonada.

Kohunlich da la impresión de haber sido un gran centro ceremonial perteneciente al llamado periodo preclásico maya y que fue abandonado largo tiempo; asimismo, sugiere la idea de que, en el auge de su periodo clásico, la cuidad ceremonial fue recuperada y conservada como recuerdo para honrar a los antepasados que hicieron posible su glorioso esplendor de aquel presente, tan magnífico como irrecuperable. Esta idea proviene de la marcada diferencia que existe entre el estilo rústico de todas las construcciones y la finura preñada de símbolos y expresiones que caracterizan a los imponentes mascarones, que no pueden menos que representar divinidades del agua y del tiempo, de la lluvia y de los números o tal vez, a soberbios sacerdotes que signaban en sus personas la magnificencia de la sociedad maya. Subir a la cúspide de la pirámide encierra la emoción superior del panorama de la selva inabarcable que rodea a este lugar; se agota el poder de la mirada y el esplendor del bosque tropical sigue y sigue, entre breves ondulaciones de un terreno marcadamente plano. La percepción de esto da ocasión para tratar de reconstruir un poco los pensamientos de los hombres sagrados que presidían esta cultura, cuando contemplaban el verdor de la vida extendiéndose en todas direcciones, bajo el patrocinio del tiempo y según el gobierno de los números, que tal vez les parecieron como repitiéndose en ciclos eternos.

Al contemplar con respeto y admiración semejante exposición del furor lujurioso y voluptuosidad de la naturaleza, se hace presente la leyenda de la X-Tabay. Antes de decir algo a este respecto, es oportuno anotar que la “x” del idioma español simboliza el fonema maya equivalente a la unión de la “s” con la “ch”, de tal modo entonces que la pronunciación del nombre de esta leyenda, que a lo mejor no es tanto, es algo así como “schtabay.” Hay quienes quieren ver en esta tradición oral el equivalente de la leyenda de la Llorona, predominante en el altiplano de México.

Es una tradición que se refiere a una mujer habitante del bosque tropical que se deja ver y atrae a los hombres, los seduce hacia el interior y ahí los estruja contra la hermosura de su pecho, y no se vuelve a saber de ellos. Dadas estas características, no parece haber mucha semejanza entre ambas tradiciones orales.

La de X-Tabay guarda en sí el símbolo de la selva como la feminidad que no puede ser vencida ni conquistada; contiene la idea de que a la selva se le domina obedeciéndola, sin violentarla jamás; si esta condición se cumple, entonces la selva se abre a la revelación de sus misterios y poderes y esto no puede menos que significar el deleite ante la contemplación de la verdad, lo mismo de un concepto que de un cuerpo.

Ni duda cabe que el estudio integral de Kohunlich es la promesa de trabajo acucioso y tal vez inagotable, para inminentes generaciones de arqueólogos y antropólogos decididos a destinar la parte más vigorosa de sus vidas al intento descifratorio de los enigmas laberínticos de los mayas. En tanto esto sucede, ahí reposarán por siempre los testimonios de piedra de la grandeza milenaria de una sociedad que no sobrevivió a sus propias concepciones del tiempo.

Bacalar

La belleza del trópico en Chetumal y sus alrededores se capta en una intuición que, a pesar de quererlo, no logra abarcarla en su totalidad, de manera inmediata. Sólo logra percibirla como una voluptuosidad cubierta por finísimos velos que transportan la promesa de un deleite insospechado. Es una belleza que encierra la magia y el misterio, la bondad y la muerte que la naturaleza abriga en sí misma, con el propósito de hacerla durar mientras la tierra y la selva sean la tierra y la selva, en medio del calor húmedo y del viento que sopla desde el mar. Es como el encanto de la X-Tabay.

La mirada aprende con rapidez que los velos que cubren la hermosura caen por sí mismos, si se sabe tener la paciencia suficiente para aceptar el ritmo propio de las caricias seductoras del agua y calor, de la luz y vegetación.

Después de diecinueve kilómetros sobre la carretera ciento ochenta y seis, está el crucero con la carretera que va hacia el norte de la península, y que corre pegada a la costa del Caribe. Entonces es la carretera trescientos siete. Veinte kilómetros adelante están el pueblo y la laguna de Bacalar. Es único en el mundo el espectáculo que ofrecen las tonalidades transparentes del azul. Parece que en ellas se quedó atrapada para siempre un rasgo de la luz primigenia del universo; evoca el primer suspiro de la vida al inhalar el agua y el viento. Las diversas teorías cromáticas palidecen y tornan humildes ahí, donde la luz se hace agua y el agua se hace tiempo que desborda belleza que perfuma la mirada. Los mayas conocieron este lugar, que debió ser sagrado, hace mil años. Es seguro que, así como lo veneraron, igual lo amaron, desde la silenciosa profundidad de sus corazones cautivados por el estado líquido del tiempo. Quizás esta fascinación despertó en ellos un prístino estremecimiento por lo que tal vez consideraron era el color del tiempo.

La laguna de Bacalar debe tener una longitud aproximada de sesenta o setenta kilómetros, por unos dos o tres de anchura y se extiende de suroeste a noreste, en medio del bosque tropical y su extremo norte queda a una distancia muy corta de la intrincada bahía de Chetumal, que se adentra quisquillosamente en la tierra, como un erizado canal. Casi nada de tierra firme separa el agua del verde mar del agua de variedades azuladas de la laguna. Tal parece que, en un pasado no lejano, la laguna de Bacalar era un amoroso brazo de mar que estrechaba la cintura de la selva y el dorso de la tierra. De otro modo no es explicable que, en el pueblo del mismo nombre, distante como cincuenta kilómetros de la playa, se haya construido el Fuerte de San Felipe, que, por su ubicación, tenía el claro propósito de contener y rechazar las incursiones de buques piratas y mercenarios que se adentraban por el canal caribeño para aprovecharse de la riqueza acumulada por las encomiendas españolas.

En el pueblo y a orillas de la laguna más hermosa del mundo, se encuentra la Casa del Escritor, muy cerca del fuerte que protegía a la explotación colonialista. La Casa del Escritor es como una utopía literaria. En un lugar establecido en la única finalidad de dar albergue a quienes viven la pasión por la escritura, ya sean mexicanos, del Caribe o Centroamérica. Previos arreglos con las autoridades del Instituto Quintanarroense de Cultura, se puede permanecer ahí casi todo el tiempo necesario para escribir un poema, una novela corta, como las de Balzac, o larga, como las de Tolstoi; obras de teatro, o un tratado filosófico, como los fragmentos de los presocráticos, o los intrincados escritos de Heidegger y Sartre sobre la impenetrabilidad del Ser y la tortuosa lucha incesante del pensamiento para recuperar la esencia del ente supremo, que una vez contempló la conciencia de la humanidad a través de la mirada de los filósofos jonios, algo que tal vez también vivieron los mayas, durante el milenio de su permanencia en armonía con el Ser y comunicación con el Tiempo, con la selva y los periodos estelares.

Aeropuerto

La visita a Chetumal llega a su fin. Los pasajeros esperan abordar el poderoso avión que los regresará al centro de México; una vez en cabina, brota la emoción de la despedida y la gratitud por los momentos vividos en contacto con lo maravilloso y mágico de una región donde se acaba un mundo y comienza otro, donde flota el aroma de las esencias primarias y se capta la silenciosa majestad de las potencias que todo lo generan y abrigan. El avión comienza a rodar para dirigirse a la pista principal y luego de llegar ahí, acelera a fondo los motores a reacción y se levanta de la pista. Es el momento de decir:

Adiós, sol de Chetumal;
adiós, brisa del mar;
adiós, luz de Bacalar,
adiós, calor tropical.

Son las palabras de la despedida; también son el símbolo de las experiencias que el viajero llevará por siempre en el corazón y memoria, porque el sol y el mar, el calor y el bosque tropical, son recuerdos inmortales que quedan en un pensamiento solitario como signos del amor purificado de todo deseo, como imagen de la belleza perfecta.

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¿QUÉ ES LA NOVELA?

¿QUÉ ES LA NOVELA?

DIEZ POST EN RESPUESTA A LA PREGUNTA

Nota previa.

            La selección de textos aquí ofrecida es valiosa por sí misma: semejante cualidad proviene del valor de las ideas de los escritores citados, que dedicaron algún instante de su creatividad, a pensar la novela, es decir, al examen de la idea, o posibilidades y significado, de la obra novelística. El examen de la obra de arte implica, por definición, crítica de la sensibilidad estética, ofrecida en ella con contenido y forma; en relación con la novela, la misma crítica es examen de la contribución de la creatividad novelística a la iluminación clarificadora de la relación del hombre con el mundo.

            La siguiente selección de textos es ofrecida con honestidad, de modo principal, a los jóvenes que desean escribir narrativa con voluntad de investigación estética de la condición humana. Las conceptualizaciones elegidas ofrecen al lector, descripciones varias de condiciones, fines y componentes de la obra novelística; en la medida en que un joven soñador y entusiasta, enamorado de la escritura, encuentre en esas conceptualizaciones elementos de orientación para emprender la maravillosa experiencia literaria de la creatividad novelística, las mismas verán colmada su intención y conquistado su destino; sin duda alguna, merecería la sonrisa de los escritores mencionados a continuación.

   Jorge Vázquez Piñón.

 

Todos los derechos de la imagen van a sus creadores

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ALBERT CAMUS.

“Pensar es, ante todo, pretender crear un mundo (o limitar el propio lo que viene a resultar lo mismo). Es partir el desacuerdo fundamental que separa al hombre de su experiencia para dar con un terreno de compromiso según su nostalgia, un universo envarado en razones o aclarado por analogías que permita resolver el insoportable divorcio. El filósofo, aunque se trate del mismo Kant, es un creador, tiene sus personajes, sus símbolos y su acción secreta. Tienen sus desenlaces. Inversamente, el auge adquirido por la novela sobre la poesía y el ensayo supone sólo, y pese a las apariencias, una mayor intelectual del arte…

“…Pero hoy, cuando el pensamiento ya no tiene pretensiones de universalidad y su mejor historia sería la de sus arrepentimientos, sabemos que el sistema, para ser válido, a de ser inseparable de su autor. (…) los juegos novelísticos del cuerpo y de las pasiones se ordenan un poco más conforme a las exigencias de una determinada visión del mundo. Ya no se narran << historias>>, sino que se crea uno su universo. los grandes novelistas son novelistas-filósofos, es decir, justamente lo contrario de escritores de tesis.

“Ahora bien: precisamente el hecho de que hayan optado por servirse de imágenes en vez de raciocinios, devela cierto pensamiento común a todos ellos: la persuasión de que existe un mensaje instructivo en la apariencia sensible. por eso consideran la obra como un fin y como un principio a la vez. La obra es el remate de una filosofía a menudo informulada, su ilustración y su coronamiento. Pero no se completa sino mediante tales supuestos filosóficos. Y viene, en suma, a legitimar esta nueva variante el viejo principio de que, si un poco de pensamiento aparta de la vida, mucho, en cambio, reintegra a ella. Incapaz de sublimar la realidad, el pensamiento se limita a remendarla. La novela de que se trate es el instrumento de un conocimiento a la vez relativo e inagotable, tan semejante al del amor. La creación novelística tiene de común con el amor coma, el arrobo inicial y la delectación morosa y fecunda.”

                                                                                   de la nota de presentación de

                                                                                   Albert Camus, Obras Completas, t. I Ed. Aguilar, 1973, pp. 8-9.

                              de El hombre rebelde. Obras completas, tomo II, Ed. Aguilar, 1968.

“Existe quizá una trascendencia viva, cuya belleza constituye la promesa, que puede hacer amar y preferir a cualquier cosa en este mundo mortal y limitado. El arte nos conduce así a los orígenes de la rebelión, en la medida en que intenta dar su forma a un valor que huye en el perpetuo devenir, pero que el artista presiente y quiere arrebatar a la historia. Se persuadirá uno de ellos todavía mejor reflexionando sobre el arte que se propone precisamente entrar en el devenir para darle el estilo que le falta: la novela.”

“La novela nace al mismo tiempo que el espíritu de rebelión, y traduce, en el plan estético, la misma ambición.

“el esfuerzo de la gran literatura parece ser crear universos cerrados o tipos terminados. El Occidente, en sus grandes creaciones, no se limita a trazar su vida cotidiana. Se propone sin cesar grandes imágenes que lo sumen en la fiebre y a cuya persecución se lanza.”

                                                                                                          pp. 825-826.

“escribir o leer una novela son acciones insólitas. (…) la manera más sencilla y más común de enfocar la expresión novelesca consiste, pues, en ver en ella un ejercicio de evasión. (…) El gusto de la evasión no basta para explicar la gravedad indiscutible del mundo novelesco, nuestra obstinación de tomar en serio, en efecto, los innumerables mitos que desde hace dos siglos nos propone el genio novelesco (…) la actividad novelesca supone una especie de rechazo a lo real. Pero esta negativa no es una simple huida. Hay que ver en ella el movimiento de retirada del alma hermosa que, según Hegel, se crea para sí misma en su decepción, un mundo ficticio donde solamente reina la moral.”

                                                                                                          p. 826-827.

“Religión o crimen, todo esfuerzo humano obedece finalmente a este deseo irrazonable y pretende dar a la vida la forma que no tiene. El mismo movimiento, que puede llevar a la adoración del cielo o a la destrucción del hombre, lleva también a la creación novelesca, que recibe de él entonces su seriedad.”

                                                                                                          p. 829.

“¿Qué es, en efecto, la novela, sino este universo en que la acción encuentra su forma, en que las palabras finales son pronunciadas, los seres entregados a los seres, en que toda vida toma el rostro del destino? El mundo novelesco (…) es (…) la corrección de este mundo, siguiendo el profundo deseo del hombre.”

                                                                                                          p. 829.

“Lo novelesco tiene también su lógica. No sucede una hermosa historia sin esta imperturbable continuación que nunca se encuentra en las situaciones vividas, pero que se encuentra en el caminar del ensueño, a partir de la realidad. (…)

“He aquí, pues, un mundo imaginario, pero creado mediante la corrección de éste. Un mundo donde el dolor puede, si quiere, durar hasta la muerte, donde no se aparta jamás a las pasiones, donde los seres están entregados a la idea fija y siempre presentes unos para otros. El hombre se da en él finalmente forma a sí mismo y da forma al límite apaciguador que persigue en vano en su condición humana. La novela fabrica destino a la medida. Es así como hace la competencia a la creación y como triunfa de la muerte provisionalmente. (…) La esencia de la novela está en perpetua corrección, siempre dirigida en el mismo sentido, que el artista efectúa sobre su experiencia. (…) esta corrección aspira en primer lugar a la unidad y traduce con ello una necesidad metafísica. La novela, en este nivel, es en primer lugar un ejercicio de la inteligencia al servicio de una sensibilidad nostálgica y rebelde.”

                                                                                                          p. 831.

“La novela americana pretende encontrar su unidad reduciendo al hombre, ya a lo elemental, ya a sus reacciones exteriores y a su conducta. No escoge un sentimiento o una pasión de la que dará una imagen privilegiada (…). Rehúsa el análisis, rehúsa la búsqueda de un resorte psicológico fundamental que explicaría y resumiría la conducción de un personaje. Por ello la unidad de esta novela no es más que una unidad de enfoque. Su técnica consiste en describir a los hombres por su exterior, en sus gestos más indiferentes, en reproducir sin comentarios los discursos hasta en sus repeticiones, en hacer finalmente como si los hombres se definiesen enteramente por sus automatismos cotidianos. (…) Todos los personajes parecen intercambiables, (…) este mundo novelesco no tiende a la reproducción pura y simple de la realidad, sino a su estilización más arbitraria. Nace de una mutilación, y de una mutilación voluntaria, operada sobre lo real, y la unidad así obtenida es una unidad degradada, un nivelamiento de los seres y el mundo. Parece que, para estos novelistas, sea la vida interior la que prive a las acciones humanas de la unidad y la que arrebata de unos seres a otros. (…) la novela negra es también una novela rosa, y de la cual tiene la vanidad formal. Edifica a su modo. (…) Esta novela, purgada de vida interior, donde los hombres parecen observados tras un cristal, acaba lógicamente, dándose como tema único, el hombre que se supone de tipo medio, para poner en escena lo patológico. (…) el inocente es el tema ideal de tal empresa, puesto que no es definido y enteramente más que por su conducta. Él es el símbolo de este mundo de desesperación, donde unos autómatas desdichados viven la más maquinal de las coherencias y que los novelistas americanos han levantado frente al mundo moderno como una protesta patética, pero estéril.”

                                                                                                          p. 831-833.

“En cuanto a Proust, su esfuerzo ha sido el de crear a partir de la realidad, contemplada obstinadamente, un mundo cerrado, insustituible, que no pertenece más que sólo a él y que indicase su victoria sobre la huida de las cosas y sobre la muerte. (…) Si el mundo de la novela americana es el de los hombres sin memoria, el mundo de Proust no es por sí mismo más que una memoria. Se trata solamente de que es la memoria más difícil y más exigente que hayamos conocido, la que rechaza la dispersión del mundo tal y como es, y que extrae de un perfume vuelto a encontrar el secreto de un nuevo y antiguo universo. Proust elige la vida interior y, en la vida interior, lo que es más interior que ella misma, contra lo que se olvida en lo real, es decir, lo maquinal, el mundo ciego. Pero de este hecho de negar lo real no extrae la negación de lo real. No comete el error, simétrico al de la novela americana, de suprimir lo maquinal. Reúne, por el contrario, en una unidad superior, el recuerdo perdido y la sensación presente, el pie que se tuerce y los grandes días de antaño.

                                                                                                                      p. 833.

“Su victoria [de Proust] difícil, en vísperas de la muerte, es la de haber podido extraer de la huida incesante de las formas, mediante los únicos instrumentos del recuerdo y de la inteligencia, los símbolos estremecedores de la unidad humana. (…) un mundo cerrado y unificado. Esto define las obras sin arrepentimientos.

“el mundo de Proust (…) tiene la ambición de ser una perfección cerrada y de dar a la eternidad el rostro del hombre. El Tiempo recobrado por lo menos en su ambición, es la eternidad sin Dios. La obra de Proust (…) aparece como una de las empresas más desmesuradas y más significativas del hombre contra su condición mortal. Ha demostrado que el arte novelesco rehace la creación misma, tal como nos es impuesta y tal como es rechazada. (…) se alía con la belleza del mundo o de los seres contra el poder de la muerte y el del olvido. Es así como su rebelión es creadora.”

                                                                                                                      p. 834.

 “El arte novelesco, por sus orígenes, no puede dejar de ilustrar esta vocación. No puede ni consentir totalmente en lo real ni apartarse de ello absolutamente. Lo imaginario puro no existe; y si incluso existiese en una novela ideal que fuese puramente descarnada, no tendría significación artística, por cuanto que la primera exigencia del espíritu en busca de unidad es el que esta unidad sea comunicable. Por otra parte, la unidad del razonamiento puro es una unidad falsa, puesto que no se apoya en lo real. La novela rosa (o negra), la novela edificante, se apartan del arte en la medida, pequeña o grande, en que desobedecerá esta ley. La verdadera creación novelesca, por el contrario, utiliza lo real, y nada más que lo real, con su calor y su sangre, sus pasiones o sus gritos. Sencillamente, añade a todo eso algo que lo transfigura.”

                                                                                                                      p. 836.

“Ocurre con la creación lo que con la civilización: supone una tensión ininterrumpida entre la forma y la materia, el devenir y el espíritu, la historia y los valores. Si se rompe el equilibrio, hay dictadura o anarquía, propaganda o delirio formal. En ambos casos, la creación, que coincide con una libertad razonada, es imposible.”

                                                                                                                      p. 837.

“La obra en la que el fondo desborda la forma, o aquella en que la forma sumerge al fondo, no hablan más que de una unidad engañosa y fracasada (…) toda unidad que no lo es de estilo es una mutilación. Cualquiera que sea la perspectiva elegida por un artista, hay un principio que sigue siendo común a todos los creadores: la estilización, que supone, al mismo tiempo, lo real y el espíritu que da a lo real su forma. Con ella, el esfuerzo creador rehace el mundo, y siempre con un ligero alabeamiento (sic) que es la señal del arte y de la protesta. (…). La creación, la fecundidad de la rebelión, están en este alabeamiento que configura el estilo y el tono de una obra. El arte es una exigencia de imposible puesta en forma. Cuando el grito más desgarrador encuentra su más firme lenguaje, la rebelión satisface su verdadera exigencia y saca de esa fidelidad consigo misma una fuerza de creación. Aunque choque con los prejuicios del tiempo, el más grande estilo en arte es la expresión de la más elevada rebelión. (…) el ingenio es una rebelión que ha creado su propia medida. (…) no hay genio (…) en la negación y en la desesperación pura.”

                                                                                                                      p. 837.

“el gran estilo no es una simple virtud formal. Es una virtud formal cuando se encuentra buscado por sí mismo a expensas de lo real, y entonces es el gran estilo. (…). La verdadera creación es, a su modo, revolucionaria. Si es preciso llevar muy lejos la estilización (…) conviene (…) que siga siendo invisible para que la reivindicación que da nacimiento al arte sea traducida en su más extrema tensión. El gran estilo es la estilización invisible, es decir, encarnada. <>. Pero añade que la exageración debe ser <>. Cuando la estilización es exagerada y se deja ver, la obra es una nostalgia pura: la unidad e intenta conquistar es extrañar a lo concreto. Cuando la realidad es presentada, por el contrario, el estado bruto y la estilización es insignificante, lo concreto es ofrecido sin unidad. El gran arte, el estilo, el verdadero rostro de la rebelión, están entre estas dos herejías.”

                                                                                                                      p. 838.

(“La corrección difiere con los temas. En una obra fiel a la estética que he esbozado, el estilo variará con los temas, y es el lenguaje propio del autor (su tono) el lugar común que hace resplandecer las diferencias de estilo)”

“el que la creación será necesaria no entraña el que sea posible. Una época creadora en arte se define por el orden de un estilo aplicado al desorden de un tiempo. Pone en forma y en fórmulas las pasiones de los contemporáneos.”

                                                                                                                      p. 840.

“La sociedad industrial no abrirá los caminos de una civilización más que volviendo a dar al trabajador la dignidad de creador, es decir, cuando el trabajador aplique su interés y su reflexión tanto al trabajo mismo como a su producto. La civilización desde entonces necesaria no podrá separar, en las clases como en el individuo, el trabajador del creador, como tampoco la creación artística piensa en separar la forma y el fondo, el espíritu y la historia. Es así como reconocerá a todos la dignidad afirmada por la rebelión.”

                                                                                                                      p. 840.

“Toda creación, en sí misma, niega el mundo del amo y el esclavo. La repugnante sociedad de tiranos y esclavos en que sobrevivimos no encontrará su muerte y su transfiguración más que en el nivel de la creación.

“Pero el que la creación sea necesaria no entraña el que sea posible. Una época creadora en arte se define por el orden de un estilo aplicado al desorden de un tiempo. Pone en forma y en fórmulas las pasiones de los contemporáneos.”

                                                                                                                      p. 840.

“El objeto del arte, a pesar de los cultivadores del arte por el arte, se ha extendido de la psicología a la condición humana. Cuando la pasión del tiempo pone en juego el mundo entero, la creación quiere dominar el destino entero. Pero, por lo mismo, mantiene frente a la totalidad la afirmación de la unidad. Sencillamente, la creación se pone en peligro entonces ella misma, en primer lugar, y después, mediante el espíritu de totalidad. Crear, hoy, es crear peligrosamente. (…) la única manera de vivir auténticamente la pasión colectiva es aceptar el morir para ella y por ella. La mayor oportunidad de autenticidad es, hoy, la mayor oportunidad de fracaso para el arte. Si la creación es imposible en medio de guerras y de revoluciones, no tendremos creadores, porque guerra y revolución son nuestra herencia.”

                                                                                                                      p. 841.

“Si, finalmente, los conquistadores doblegan el mundo a su ley, no demostrarían que la cantidad es la reina, sino que este mundo es un infierno. En este infierno mismo el sitio del arte coincidiría todavía con el de la rebelión vencida, esperanza ciega y vacía en el fondo de los días desesperados.”

                                                                                                                      p. 842.

“arrojados en el infierno, misteriosas melodías y crueles imágenes de la belleza huida nos traerían siempre, en medio del crimen y de la locura, el eco de esta insurrección armónica que testimonia a lo largo de los siglos en favor de la grandeza humana”

                                                                                                                      p. 842

“Pero el infierno es transitorio. La vida vuelve empezar un día. La historia tiene un final; nuestra tarea, sin embargo, no es terminarla, sino crearla, a imagen de lo que ahora en adelante nosotros sabemos verdadero. El arte (…), nos enseña que el hombre no se resume solamente en la historia y que encuentra también una razón de ser en el orden de la naturaleza. (…) Su rebelión más instintiva, al mismo tiempo que afirma el valor, la dignidad común a todos, reivindica obstinadamente, para saciar su hambre de unidad, una parte intacta de lo real, cuyo nombre es la belleza. Se puede negar toda la historia y estar conforme, sin embargo, con el mundo de las estrellas y del mar. Los rebeldes que quieren ignorar la naturaleza y la belleza se condenan a desterrar de la historia que ellos quieren hacer, la dignidad del trabajo y del ser. Todos los grandes reformadores tratan de edificar en la historia lo que Shakespeare, Cervantes, Molière, Tolstoi se han sabido crear: un mundo siempre dispuesto a saciar el hambre de libertad y dignidad que existe en el corazón de cada hombre. La belleza, sin duda, no hace las revoluciones. Pero llega un día en que las revoluciones necesitan de ella. Su regla, que discute lo real al mismo tiempo que le da su unidad, es también la de la rebelión. ¿Se puede rechazar eternamente la injusticia sin dejar de saludar la naturaleza humana y la belleza del mundo? Nuestra respuesta es <<sí>>. Esta moral, al mismo tiempo insumisa y fiel, es en todo caso la única que ilumina el camino de una revolución verdaderamente realista. Manteniendo la belleza preparamos este día de renacimiento en que la civilización pondrá en el centro de su reflexión, lejos de los principios formales y de los valores degradados de la historia, esta virtud viva que funda la común dignidad del mundo y del hombre y que vamos a definir ahora frente a un mundo que la insulta.”

                                                                                                                      p. 842.

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