Thomas Mann. La vida como obra de arte

“Cada mañana un paso, cada mañana un <<pasaje>>; ésta es mi manera de hacer, y resulta necesaria.”
Thomas Mann.

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La frase de Thomas Mann resulta perfectamente aplicable en la valoración de la biografía del grandioso escritor, nacido en Lübeck en 1875. El autor, Hermann Kurzke -nacido en Berlín en 1943- no menciona el tiempo que tomó investigar, leer, pensar y escribir los detalles de la documentada biografía; sin duda alguna, a lo largo de muchos días, en cada uno de ellos dedicaba la mejor parte de tiempo a la redacción del texto biográfico del autor de novelas emblemáticas del siglo XX. La misma frase de Thomas Mann contiene la clave explicativa de la grandiosidad de su literatura propia: cada mañana ‘hacer algo’ que incorporar a la escritura de la obra en curso, y de esa manera asegurar que cada día deje su huella escrita. Es sabido que su disciplina diaria consistía en escribir de nueve de la mañana a las doce del día, y si el tema lo ameritaba, continuaba hasta las dos de la tarde; bajo esa norma invariable aparecieron Alteza real; Los Buddenbrok; Muerte en Venecia; Doktor Faustus; La montaña mágica; Carlota en Weimar; El estafador Felix Krüll, la tetralogía  Josué y sus hermanos, y sus estudios filosóficos y políticos, y la escritura de discursos, conferencias y diarios o  documentos íntimos.  
Es pertinente el juicio valorativo de la disciplina de escritura como moral cotidiana del escritor que quiere serlo de manera auténtica y con la ensoñación de hacer algo grande con fidelidad a sí mismo. Kurzke incorpora otra frase de Thomas Mann, citada aquí con intención confirmatoria de la validez de semejante disciplina en el rigor y dedicación a la escritura; es la frase que dice “En realidad, uno sólo se siente a sí mismo y sabe algo de sí cuando trabaja. Los periodos intermedios son espantosos.” Para el escritor, escribir es actividad ética, estética, y también, vital, sentido existencial, fundamento esencial de la relación con el mundo. De semejante modo fue como Thomas Mann constituyó la relación con el mundo alemán de su infancia y juventud, cuando veía ese mundo en agonía, envuelto con el tiempo de la horrorosa transformación del espíritu del pueblo alemán en particular, y de Europa en general, luego de la capitulación del Imperio Alemán, de la desaparición del Imperio Austro-húngaro, y fracaso de la revolución obrera de diciembre de 1918-enero de 1919; fue testigo de la persecución de dirigentes y exterminio de obreros que fueron combatientes revolucionarios; debió ver, padecer y atestiguar la negación extrema de la humanidad representado en acontecimientos casi incalificables mediante el pensar y el lenguaje, ocurridos durante la Segunda Guerra Mundial, en el Oriente y en el Occidente.
En cuanto a la relación de Thomas Mann con el mundo mediante la escritura, dice Kurzke que “Lo que se llegó a acumular en el transcurso de su vida a fuerza de tan infatigable actividad, contando cartas y diarios, debe rondar las cinco hojas diarias, o sea, mil ochocientas al año y, en sesenta años creativos, más de cien mil apretadas páginas. (…). Novelas, relatos, un drama, ensayos, discursos, cartas, diarios… Su producción escrita es descomunal. Thomas Mann no vive por vivir, sino para escribir”; y refiere la expresión del escritor que dice: “No trabajaba como alguien que trabaja para vivir, sino como alguien que no quiere sino trabajar, ya que en cuanto persona viva no se tiene el menor aprecio y únicamente desea que lo tomen en consideración como creador.” Asumirse el escritor a sí mismo como creador y reconocerse en su obra como creador, es el acto de verdad y belleza en que hace justicia a sí mismo. Hay ocasiones en que la medida otorgada a sí mismo y a la obra conquistada resulta rebasada; ocurre cuando el escritor percibe que su vida propia también fue una obra de arte. Ese es el caso de Thomas Mann; cualquiera puede ver en la disciplina artística cotidiana la clave y condición para la conquista de semejante proporción de justicia y honradez mediante el acto de vida y amor que escribir es para el escritor, cumplido cada día concedido. 
Ocaso y esplendor de Fausto Kofka (Spanish Edition). 2021.
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Thomas Mann creyó que luego de terminar Doktor Faustus  ya no escribiría, y que moriría a los setenta años; sin embargo, vivió casi diez años más; fue el tiempo en que escribió la novela El elegido, dio término a Memorias del estafador Felix Krüll, publicó un grueso volumen de ensayos y artículos, dejó Estados Unidos para regresar a las ruinas de Europa después de la derrota de Alemania, escribió ensayos formidables sobre Lutero, Schiller y Miguel Angel, y  continuó las anotaciones en sus diarios hasta dos semanas antes de morir; hospitalizado en Zurich por problemas circulatorios en la pierna izquierda, sus ojos verde-grisáseos  se tornaron de un azul intenso; acompañado por su esposa Katia y su hija Erika, falleció el 12 de agosto de 1955 a las ocho de la noche: “informa Erika, <>” en sus últimos años “fue cubierto de oro”, recibió muchos premios, reconocimientos y medallas, doctorados y concesiones honoríficas, y publicaciones de homenaje, todos, “elogios a la imponente labor de toda una vida, a la tenacidad y a la elevada calidad de los resultados,” resultados representativos de la existencia individual como obra de arte y creación literaria que navega, se sumerge y avanza en el océano de la vida con la voluntad de comprenderla, todo, mediante actos significativos de “autoafirmación en el amor” a fin de cuentas, como figura del amor al arte que el escritor  heredó, como un regalo para quien quisiera recibirlo, y dispuesto a escribir una obra con el orgullo de conocer la clave del secreto de la creación literaria:” Cada mañana un paso, cada mañana un pasaje.
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