Morelia de ayer

El propósito de este texto es ofrecer el bosquejo de la belleza social y espiritual que era Morelia hasta 1990-1991. Es un bosquejo romántico, y no es parte del mismo propósito dar o pedir una rendición de cuentas sobre los descuidos cometidos que llevaron a la extinción de aquella belleza. Tampoco es un grito de dolor inútil o nostalgia vana. Más bien, es testimonio de la inevitable y necesaria despedida de una sociedad que era bella y mostraba un rostro susceptible de humanizarse un poco más cada día, con precaución y cierto escepticismo; era como una juventud disfrutada de manera lenta para preservar su duración; más que progresista o productora de ideas avanzadas, la Morelia de ayer era una ciudad que amaba conservarse en la fijeza de modos de vida cincelados por el paso lento del tiempo.

El pasado luminoso de la ciudad fue acogedor y dispensador de bienes espirituales que consolaban a los dolientes, otorgaban serenidad en la vida cotidiana, y tranquilidad de fe frente al sufrimiento, adversidad y la muerte.

En el caso de Morelia, la fuerza de las cosas que torció su destino, fueron sismos, emigración, inmigración y degradación de la sociedad. Morelia parecía dispuesta de manera serena y apacible, para la consolidación de su destino, cuando cambió, y sin sentirlo, hizo a un lado su pasado, y dejó atrás su destino. Con rapidez asombrosa, sucumbió a una transfiguración nunca pensada, y menos, deseada.

El viejo mundo moreliano no podía resistir -y menos, competir con el vigor y diversidad de comportamientos y actividades de los nuevos habitantes. Mencionar el proceso de transculturalidad, apenas merece indicarse. La cultura vallisoletano-moreliana era la atmósfera espiritual de Morelia de ayer, atmósfera que se ha sustituido por formas de convivencia en nada relacionadas con la concepción del mundo y de la vida constituida en la antigua Valladolid, y luego enriquecida y modelada por la Morelia del siglo XIX. Las nuevas generaciones no muestran interés alguno en la interacción con las generaciones viejas, generaciones que alguna vez disfrutaron el placer de la vida serena y pausada en armonía con la grandeza y solemnidad de la arquitectura de la ciudad y su trazo reticular renacentista; lo uno y lo otro, eran fundamento de orden social y seguridad de la vida que transcurría como reflejo de la belleza urbana y tradicionalismo político y moral.