El escritor quiere ejercer su oficio para dar forma a la libertad que siente y piensa mediante el lenguaje que ama y cuida, con el anhelo de ofrecer caminos bien trazados o sendas tortuosas apenas insinuadas para propiciar el examen de la vida humana en su interacción con la sociedad, con las posibilidades y limitaciones que representan los demás para cualquier individuo; y, en esos obstáculos y conflictos siempre aparece la ocasión de entender un poco mejor un fragmento del mundo o un componente de la vida intelectual o emocional, o los dos al mismo tiempo, junto con otros; el entendimiento alcanzable ocurre de mejor manera cuando la superación de las dificultades implica la exigencia de la renuncia a lo que se ama más; es entonces cuando cualquier individuo conoce el fondo de su alma y alcance de sus posibilidades, y todo eso acontece.
” Porque el individuo es movido por sentimientos y deseos, anhelos y pasiones, emociones liberadoras o atroces.”
En México y España tiene bastante aceptación el planteamiento siguiente: la reflexión filosófica y la creación poética y literaria tienen fundamento en la circunstancia y vivencias de los pensadores y creadores en general, de los escritores en particular. En los ambientes intelectuales y literarios, y de la crítica del arte, ese planteamiento es objeto de simpatía que tema de controversia. Por mi parte, acepto la simpatía apuntada con la limitación que admito significa el reconocimiento de la grandeza y horizontes, miseria y luminosidad que siempre hay en el mundo y que aparecen de mil maneras -y más- entreveradas con la vida de cualquier individuo, junto con su involucramiento con la vastedad del mundo y complejidad de la interacción humana que dan como resultado, el tejido del manto formidable que es la vida de cualquier persona.
Estoy convencido que la historia particular de cualquiera es tema suficiente para una novela; sólo bastaría detectar sus momentos principales y las emociones predominantes y el descubrimiento de la conexión entre ellas, y expresarlas de manera literaria que las convirtiera en comunicables; por eso, la literatura en general y la novela en particular, nunca desaparecerán, y, por lo mismo, las tareas de los escritores han sido, son y serán, infinitas en la medida de la belleza que descubran en la vida humana y generen el estilo conveniente para compartirla y volverla comunicable de manera interesante y emocionante.
La felicidad de ser escritor es ambigua: es placer y sufrimiento; es tensión emocional y alegría de liberarse de ella expresándola; es alegría incomparable mirar la obra terminada, alegría que no pierde de vista la avispa que la ronda con su juego de revoloteos y zumbido de dudas con que la envuelve, y llega el instante inevitable de pensar que ‘pudo quedar mejor’; a la vez, surge la certeza de que terminó su elaboración porque no había más qué decir más allá de lo contenido en la obra; ¿a quién? a un lector, sujeto incierto, abstracto, sin instante preciso en el tiempo y sin lugar determinado en el espacio, pero que es real; ¿qué ofrece la obra literaria a ese ser sin rostro concreto pero existente?
Ofrece una invitación a participar en la exploración de situaciones de la vida, de las posibilidades del alma de cada uno, y, tal vez, una luz -pequeña o débil, o intensa y clarificadora- que algo aportaría para que alguien pudiera conocerse un poco más a sí mismo en el acercamiento a las emociones y reflexiones contenidas en la obra literaria donde el escritor pretendió fijar un reflejo del mundo y de la vida humana y alma del hombre.
Tengo 70 años; empecé a escribir a los 30, de manera principal, ensayos de crítica histórica y social, de teoría y reflexión filosófica, y algunos cuentos. Cuando cumplí 55 años consideré casi terminada mi dedicación a la escritura filosófica pero mi inquietud para escribir permanecía; entonces decidí intentar la escritura literaria; el descubrimiento de la conservación de ciertas energías vitales puso la condición para escribir novela y ensayos históricos y sociales con forma literaria, no solamente conceptual.
Mis estudios de filosofía y ciencias sociales junto con mi actividad docente de profesor de educación superior han sido las bases de disciplina y autocrítica para mi dedicación amorosa a la escritura literaria, que ha sido -como lo es cualquier clase de amor- gozosa y sufriente al mismo tiempo. Quiero seguir relacionado con ella; aún tengo ideas y anotaciones para otras narraciones literarias con el tema de promesas, temores y esperanzas que soportan la existencia, con la aspiración de alcanzar alguna comprensión de un aspecto de la realidad, el fondo de una pasión, un componente de algún acontecimiento del mundo, todo ello perteneciente a la manifestación de la libertad, que es la esencia del hombre y fundamento de la condición humana.