Los ataques suicidad a New York y Washington (II)

Jorge Vázquez Piñon

6. Simbolización de las contradicciones y debilidad del mundo.

Los ataques suicidas a Nueva York y Washington demostraron la vulnerabilidad de la civilización más poderosa del mundo; significaron la irrupción de la acción individual radical en la vida social segura y confortable que las instituciones ofrecieron a la sociedad norteamericana durante más de doscientos años. Este significado remite a otro más profundo, que consiste en poner de manifiesto las posibilidades y limitaciones de instituciones promotoras de la guerra, las ideologías dominantes y el comercio mundial mediante la estructura de la globalización. El centro de esta estructura fue golpeado y destruido desde el punto de vista material; la lógica de la estructura indica que la alteración o variaciones en el centro de la estructura que regula los elementos, propiedades y relaciones que la determinan, propician la desintegración o transformación de la estructura; esta lógica del estructuralismo resulta improcedente para inferir las consecuencias de los atentados suicidas, porque no detendrán el movimiento de la globalización, no cambiarán las estrategias ideológicas y militares de Estados Unidos y de otros centros de poder internacional y de importancia mundial, como Israel y Gran Bretaña. La civilización de la globalización seguirá adelante, con la diferencia de que cargará por siempre con el recuerdo imborrable de los ataques del once de septiembre del año 2001.

Los ataques suicidas de esa fecha entristecedora resultan susceptibles de interpretarse como símbolos de nuestro tiempo; los símbolos son, como explicó Claude Lévi-Strauss, “matrices de inteligibilidad” que permiten la aproximación analítica y comprensional a las contradicciones irresolubles de una sociedad; si la lógica de la estructura no resulta aplicable para el examen de los ataques suicidas, el concepto de símbolo permite ampliar las consideraciones sobre el significado de los ataques suicidas, sorpresivos y fatídicos; la ausencia de un mensaje previo o posterior por parte de los atacantes suicidas y la ausencia de declaraciones de algún grupo para atribuirse esas acciones, implican el vacío de referente que otorgue un significado, precisamente opuesto, al mensaje ausente, para la muerte de los individuos que se encontraban en los edificios atacados y destruidos, más allá de la muerte injustificable o inmerecida, por efecto de una violencia sin rostro y sin sombra que no ha hecho explícitas sus razones, y que la conciencia social tiende a llenar con racionalizaciones y conjeturas.

La consideración de los ataques suicidas como símbolos del siglo XX, permite inferir que las contradicciones de las civilizaciones contemporáneas resultan insostenibles para las sociedades que las abrigan, a la vez que insoportables para la conciencia social que las practican como emisores, o para la conciencia social que recibe el efecto de las contradicciones que abrigan las estructuras de la civilización de la globalización. Las dificultades que implica mantener situaciones insostenibles para las sociedades y soportar situaciones de vida social económica y política insostenibles, parecen las condiciones que sustentan en Occidente la reedificación de la conciencia religiosa como forma de acción política y militar para justificar el llamado al enfrentamiento con el mal y el demonio; el mal y el demonio son símbolos de las actividades derivadas de sucumbir a las debilidades y bajas pasiones de todo tipo, son símbolos de culpa y arrepentimiento.

En el momento presente, Estados Unidos y Gran Bretaña se lanzan contra la presencia social y territorial de esos símbolos, buscando encontrarlos en el golfo pérsico y montañas y llanuras áridas y desérticas del este, centro y norte de Afganistán; y aunque tratan de negarlo, las brillantes piezas oratorias del presidente norteamericano y del primer ministro inglés se encuentran con el viejo enemigo de la racionalidad cristiano-occidental: el Islam, que se muestra ahora, nuevamente, como una religión viviente y actuante, que sustenta formas de vida, acción y pensamiento de muchas sociedades en Asia, el Medio Oriente y África; estos discursos contienen los conceptos y acciones con que las naciones imperialistas, conquistadoras y dominantes enfrentan a la religiosidad viviente musulmana: con la simbolización de sus contradicciones tan insostenibles como insoportables. Este planteamiento remite a otro problema que aparece con un significado más profundo: las características de la conciencia y realidad sociales en la historicidad de Europa y Estados Unidos, definidas en el esquema, estrategias y fines de la civilización de la globalización.

Los ataques suicidas a Nueva York y Washington provocaron una crisis en la conciencia social de Norteamérica y que por el momento resulta imponderable, por los efectos y consecuencias que esta crisis vaya a generar más allá de los problemas económicos, financieros y laborales ya manifiestos; una primera manifestación de los resultados de esta crisis es la aparición del sentimiento de que Estados Unidos tiene que cambiar, de que no puede seguir la vida histórica de esa nación bajo los esquemas, principios y fines que la han configurado; entonces aparece la resolución de ese sentimiento como nueva conciencia, o conciencia renovada frente al panorama de opciones que tiene que generar para sí misma la sociedad norteamericana, a partir del reconocimiento de sus contradicciones; es en este punto, donde se encuentra el límite de los análisis, consideraciones y ponderaciones sobre las afectaciones de los ataques suicidas referidos, porque la conciencia social norteamericana se enfrenta a la alternativa de reconfigurar su sistema político, impedir la militarización del país y el surgimiento de regímenes policíacos de control social con justificación en discursos democráticos formales y vacíos, o permitir que las oligarquías tomen las decisiones que afectarían a la sociedad norteamericana, el resto de la civilización y a la especie misma.

7. Ataques suicidas y alienación histórica.

Las transmisiones en vivo y en directo de los ataques suicidas fueron imágenes determinadas como posibilidades para el reconocimiento de la realidad del mundo, de sociedades y civilizaciones, de contenidos y metas de las actividades sociales, políticas y económicas de nuestro tiempo; esas imágenes imponen el deber de examinar los sistemas de relaciones del hombre con el mundo; el once de septiembre de 2001 se hicieron manifiestas algunas de esas relaciones siniestras, incomprensibles y radicales, con una eficacia planificada y calculada en todos sus detalles, que revelaron al mundo como instancia insoportable y condición insostenible de inseguridad para la vida individual y de la especie. Parece que el mundo ha cambiado mucho más que lo que se suponía; la realidad histórico-social de nuestro tiempo está muy adelante de las formas de conciencia del presente que creían comprenderla, dominarla y calcularla; ahora nos damos cuenta que la vida histórica del mundo parece moverse por sí misma y que las acciones racionales y previsoras de la tecnología de que disponen las sociedades privilegiadas no son suficientes para prever y calcular resultados de acciones extremistas.

La crisis de la conciencia social provocada por los atentados suicidas indican la necesidad o conveniencia para que las sociedades con diferente grado de desarrollo integradas a la estructura de la civilización de la globalización, asuman la tarea y responsabilidad de reexaminar su devenir, de reconocer posibilidades y limitaciones, los aciertos, errores y contradicciones que abrigan y sustentan, a veces de manera tan insostenible como insoportable.

La crisis de la conciencia social puede tener como uno de sus resultados la configuración de nuevas formas de acción constituyente de la relación del hombre con el mundo para reconfigurar precisamente la conexión de la conciencia social con la realidad social y con el devenir de la vida histórica, para que el hombre se ponga al frente de la dirección y marcha del devenir y fines de los objetos producidos por el hombre mismo, ahora convertidos en relaciones de alienación y dominio, es decir, en objetos producidos por el hombre que han cobrado movimiento propio y que surten efectos sobre la civilización de manera independiente, respecto al género humano que los ha producido.

La historia va a continuar, la realidad histórico-social proseguirá su marcha; ahora se trata de que la racionalidad, sensibilidad y sentido de humanidad sean reconfigurados a la vez que instaurados, como fundamentos y fines de la acción constituyente de la relación del hombre con el mundo, en la mediación de la experiencia, reflexión y acción del sentido de humanidad que se ha perdido con los ataques suicidas a Nueva York y Washington, al igual que se perdió en otros lugares del mundo durante el siglo XX.

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