Sin duda, son tres frases que contienen la expresión de un hombre torturado por las turbulencias de su alma que condensaba la agitación y confusiones del mundo; de ahí la fuerza de esa imagen, unidad de sensibilidad poética y pensar filosófico. Tantos años después de la muerte de Baudelaire, ese texto conserva su fuerza y efecto; parecen así, porque en nada ha cambiado –no digamos mejorado- la realidad que refleja; simplemente permitámonos una suplantación de términos, y de inmediato surge su efecto irresistible y fuerza arrolladora de prevenciones inútiles; de concedernos semejante licencia, cabe entonces preguntarnos por la “cama del Mal”; la respuesta es inmediata: tal, es la alienación, el terrible autoengaño de creernos lo que no somos, la pavorosa auto desposesión de lo que somos, y el encuentro de resultados muy distintos a los propósitos puestos en nuestras acciones, o para nuestra vida.
La prolongación de la licencia permitida hace posible la sustitución de “Satanás Trismegisto” –el mítico alquimista poseedor de la sabiduría de Hermes o Mercurio- por las seducciones, espejos, mentiras y tradiciones ocultas, que erigen los muros laberínticos del mundo ficticio y cruel del sensualismo, consumismo, simulación y virtualidad de todas las cosas, emociones y deseos, convertidos en la superabundancia virtual de todo eso, y que jamás acaba de saciarnos. El agotamiento de la licencia auto concedida para mirarnos en el espejo del texto del poeta francés aparece con el acto de sustitución del verso “nuestro espíritu encantado” por su equivalente, inocultable y descarnado: eso es la consciencia autocomplaciente y deshonesta, que se deja devorar por la alienación, a la vez que conforme con pertenecer a un mundo sustituido por su apariencia: