Consideraciones Antinihilistas XV

XV

Hombre y capital.

La figura del estado actual del mundo o época contemporánea aparece como unidad asombrosa, incomparable, a la vez que inquietante. Es la figura resultante de medio milenio de evolución económica, política y social que tiene como apariencia el dinero y su significado, y por esencia, la explotación de la fuerza de trabajo, también llamada plusvalía, conceptos debidos a Marx.
La figura del mundo contemporáneo es figura de unidad, y señalado con mayor precisión, de “consubstancialidad” del hombre y el capitalismo. Semejante fusión aparece de modo conceptual, y sin que sea real, el devenir de la cultura y civilización siguen las pautas del devenir del capital; ellas son el capital. Desde esta perspectiva, pareciera que lo uno ha llegado convertirse en lo otro; que han intercambiado sus propiedades, y que los fines de uno, han desplazado los fines del otro.
En ninguna parte del mundo, son distinguibles uno del otro a primera vista; por igual, es cierto que esa unidad descansa con debilidad, sobre la imposible identidad del sentido de humanidad con la esencia del capital, -la explotación y sobreexplotación de la fuerza de trabajo-; y, sin embargo, su “consubstancialidad” aparente hasta ahora, orientada por la dirección de los recursos, instrumentos y aparatos del capitalismo, parece destinada a impedir del modo y con la fuerza que fuera necesario, la transformación del orden de la civilización capitalista; esa voluntad de dominio y control se muestra eficaz, cuando aparecen intentos de rebelión, insurrección o rebeldía, de carácter popular.

La mirada a las totalidades de la historia mundial descubre que en la historia nada ha permanecido para siempre, aunque esto haya sido la voluntad de vida y acción de un pueblo.
Si bien, hoy en día resultaría intolerable en una universidad o escuela de historia de cierto prestigio, quien dijera –aún con postura metafísica- “que el capitalismo no durará para siempre”, la consideración de semejante argumento abre el camino para una especulación mayor, y quizás, no tan atrevida; aparece con esa cualidad, porque esa argumentación ya apareció en una ocasión en la historia del mundo.
Casi a finales del siglo II d.c., a pesar de los esfuerzos del emperador Marco Aurelio para mantener a los germanos en la ribera norte del río Danubio, Roma tuvo que permitir asentamientos bárbaros en la ribera sur, bajo el contrato de ellos como colonos y guardianes de la frontera; de ese modo dio inicio la descomposición social, primero, y decadencia política, después, del Imperio Romano, no obstante que en esa época, la caída o desaparición de Roma, era simplemente impensable, porque “Roma era el mundo” y el mundo no podría desaparecer.
Y, sin embargo, cayó, doscientos años después, y de sus escombros surgió un mundo diferente, que cargó con herencias romanas, unas deseables, otras indeseables; el mundo que se formaba cargó con esas herencias, a su pesar o con su voluntad. La alegoría es pertinente, con relación a la consideración del argumento especulativo del colapso de una realidad de “consubstancialidad” entre el hombre y el capital.
Es inquietante la imagen que entonces surge, no tan fantasiosa como cabría suponer; la novela y el cine de anticipación que muestran un mínimo respeto y reconocimiento a las condiciones históricas y situaciones del capitalismo, son representaciones de efectos del colapso del binomio hombre-capital; es una imagen de apocalipsis y desintegración, que ni siquiera concede la supervivencia mediante la barbarie y el saqueo; a su pesar, concede que, el efecto de semejante colapso, sería el predominio absoluto de la instintividad que -tarde o temprano- terminaría por aniquilarse a sí misma, y con más semejanzas que diferencias, el planeta Tierra acabaría por alcanzar gran parecido con la Luna.
Y más aún, el fundamento del argumento especulativo mencionado es histórico, brota del devenir del mundo capitalista y sus políticas respecto a los intentos revolucionarios de la clase trabajadora, manifestados a lo largo del siglo XIX; son las políticas que han hecho imposibles los intentos de transformación revolucionaria del orden de la civilización capitalista; han sido las “políticas” del aplastamiento de la acción y rebelión revolucionarias en cualquier parte del mundo.
Con seguridad, esas políticas siguen vigentes, y en el futuro inmediato, así serán. En todos los países del mundo que tienen cierto desarrollo social y económico, y en los poseedores de riquezas naturales importantes para el capitalismo globalizado, las fuerzas del poder a su servicio están alertas y vigilantes, atentas y dispuestas a reaccionar, al indicio mínimo de intentos semejantes.

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