El hombre tiene una misión en el mundo: superar la vida, hacer del hecho de estar en el mundo, condición o fundamento para la constitución de la existencia. Existir es emanciparse en la vida, a través del devenir transformacional de posibilidades que implica vivir en condiciones históricas y situaciones sociales no elegidas por nadie, pero que son el patrimonio que la humanidad ofrece a cada individuo, para que comience a vivir en el mundo de la humanidad; son los recursos que la cultura ofrece para la constitución de la existencia, a cada hombre, a partir de sí mismo y para sí mismo.
Condiciones y situaciones, son figura de la invitación que la humanidad hace a un individuo, para que constituya la existencia como devenir de actividad y de aportaciones para el mundo. Ese devenir es la libertad, y la misión de cada uno, es construirse a sí mismo, en la mediación de la experiencia vivida por el hombre y configurada en el mundo de la humanidad; de semejante modo es como brota el enlace entre el individuo y el género humano, entre el simple vivir y la complejidad y concreción de existir.
Esa figura de enlace tiene varias facetas, en el orden de la actividad y en el orden del espíritu. El trabajo, los beneficios de la técnica y al menos, la atención a la política, corresponden al orden de la actividad.
Los valores y autoconciencia pertenecen al orden del espíritu. Los dos órdenes, puestos en unidad, son los principios que inspiran el devenir de la vida, mediante actos constituyentes de la existencia.
El devenir mencionado, tiene como inicio primigenio el acto íntimo, callado y luminoso, en que ocurre la maravillosa liberación simultánea, del pensar y el habla; la constitución de la existencia comienza en el instante en que el pensar se solicita a sí mismo, expresarse fuera de sí, de un modo que parece será misterioso por siempre. Ese modo es la palabra, y su lógica y estructura.
Entonces, la liberación del pensar funda la liberación del habla, y en el acto primigenio de ello, aparece la simultaneidad de una interacción que da inicio a la constitución de la existencia,… y que ya nunca cesará; sólo termina con el fin de la función orgánico-vital; en tanto dura, se constituye la senda de la existencia, a lo largo de la cual, algo se aporta, algo se aprehende, algo se goza y algo se sufre; algo se sabe y sobre todo, algo se comprende del mundo y la conciencia, de la libertad y alienación, del espíritu y del dolor.
Hay ocasiones, hechos y actos, en los cuales la existencia confirma su independencia, su autonomía, su carácter de superación de la vida. Una de ellas, es la experiencia de la observación al menos, y padecimiento –lo más frecuente- de los vacíos de humanidad.
El hombre realmente existente, es sensible a la observación de vacíos de humanidad que son los horrores y contradicciones del mundo que parecen irresolubles; a veces parecen irresolubles, a veces, no lo parecen. Pero hay un vacío más aterrador y horripilante, que, a la vez que es un misterio, muestra una verdad del hombre: la verdad de que el hombre tiene una capacidad asombrosa y que parece infinita, para soportar y sufrir la alienación.
Ese vacío lo representan las clases, los grupos sociales y también pueblos y naciones, que muestra la capacidad de acostumbrarse al envilecimiento, el terror, el horror y la muerte injusta y cruel. Una vez dicho algo acerca de la verdad que se revela en la observación del vacío de humanidad, también hay que decir algo sobre el misterio de esa oquedad en la existencia.
Del vacío de humanidad, puede señalarse una multiplicidad de casos específicos, facetas definidas y abundancia de características; pero es factible resumir semejante carencia, con la negatividad de un solo sustantivo: la desesperanza. Cuando deja de haber esperanza, la condición humana parece diluirse, volverse transparente, disolverse en el aire, en la nada. Un caso de esto, fueron los campos de concentración en Europa, lugares tétricos, donde no había esperanza de siquiera estar vivo la hora siguiente; aquellos desdichados prisioneros, fueron desesperanzados: carecían de futuro, de instante vital, sin ilusión, bajo la presión del sentimiento de oquedad del mañana, en la noche helada y turbulenta, dolorosa y perpetua, inhumana.
El sentimiento de desesperanza es eso, precisamente: sentimiento, consciencia del sentimiento de agravio a los principios de la humanidad, sentimiento de alejamiento y pérdida de pertenencia a ellos, disolución de su luminosidad en la existencia, en la vida que fue capaz de conquistar su emancipación transformadora y que, de pronto, se siente rodeada por sombras, en condiciones perversas y siniestras. La luminosidad que desaparece es disolución de la confianza en el pensar y la libertad, y la imposibilidad de la acción verdadera, de cualquier tipo.
El peligro de desesperanza es un efecto externo, brota en el mundo de la humanidad, surge de la entraña de la decadencia de la sociedad, de la descomposición social, de dolorosos estertores que anuncian un cambio de civilización, que pregonan el fin de una época y la muerte de una, o múltiples formas de actividad económica, política y social, subjetiva, laboral o religiosa; éstos son los casos extremos y que significan el anuncio de la guerra y la vida miserable, espantosa y degradada.
La desesperanza es preludio resonante del inminente predominio de la alienación, de su triunfo total sobre la condición humana, de su imposición implacable sobre la relación del hombre con el mundo. Tal es la alienación, perceptible, por ejemplo, en los siguientes casos:
- el envilecimiento del lenguaje, que transparenta la degradación y disolución del pensar ordenado y serio, riguroso y responsable;
- el decaimiento de los valores que, al perder preeminencia en la vida social, abren paso la renuncia o negociación de la dignidad, justicia y libertad; con ello, la especie se aleja de su condición de humanidad, aproximándose de manera peligrosa, a la simple condición biológica, natural, instintiva, ciega y cíclica;
- la imposibilidad de acceder al mundo del trabajo y la restricción del empleo, junto con la exclusión de la política, o imposibilidad de participar en la sociedad mediante la organización y acción ciudadanas;
- la dependencia creciente de la conciencia común –renuente a la crítica de sí misma- respecto de la eficacia tecnológica.
El binomio desesperanza-alienación, parece constituir parte de fundamentos y devenir del hombre; y si bien, hay evidencia de su resolución –histórica de modo parcial, temporal o relativo, mediante revoluciones y rebeliones populares, la presencia y relación que ese binomio representa no desaparece, no se diluya del todo, luego de una convulsión social o político-revolucionaria. Tal vez, mientras exista el hombre, lo acompañará, como vestigio de su origen natural y recuerdo imborrable, de la barbarie de que ha sido capaz, bajo el dominio de mitos o irracionalismos, arraigados en cavernas tenebrosas del inconsciente y subconsciente.