México es como un “nudo” de la civilización occidental; todo nudo tiene dos puntas; en el caso de esta alegoría, una de ellas, es la propia del devenir de México como pueblo y Estado-Nación. Es la línea de formación mestiza de la población que, en cuanto surgió, fue doblada y amarrada sobre sí misma, a la vez que entretejido con las instituciones de Occidente; en ese doblés, las culturas autóctonas mesoamericanas resultaron asimiladas o disueltas, y sus sobrevivientes -en parte- fueron condición de mestizaje, y en parte conservaron su pureza étnica. El cristianismo y las formas neo-feudales de producción y convivencia social, fueron las instituciones más influyentes y decisivas en el devenir formativo de México. Este “pliegue” sobre sí mismo, es imagen del devenir recién mencionado, y condición de continuidad histórica que quedaría representada en el entretejido de lo autóctono-mestizo con formas de esclavitud, adoctrinamiento y exigencia de sumisión que, en su unidad, resultaron constitutivas de condiciones históricas de formación lenta de un nuevo pueblo. Durante el tiempo de su formación, la Iglesia de Roma y el Tribunal del Santo Oficio “regulaban” –por decirlo de manera generosa- la formación moral de la conciencia social del pueblo nuevo en proceso de constitución. En esto consiste nuestra alegoría del nexo (nudo) histórico-cultural entre México y el Occidente.
México forma parte de la civilización occidental, es Occidente, pero de manera simultánea, “ama” la carga de memoria incierta de culturas precolombinas, que fueron aniquiladas en el siglo XVI, pero “ desea” la reconstrucción mental de ellas, y también material, de los vestigios arqueológicos; estos esfuerzos culturales son figura del deseo de constitución de una identidad propia con base en los fantasmas ancestrales, mediante la imagen de la memoria incierta y casi vacía que han conservado núcleos de población indígena, en extraña mixtura de ella con el cristianismo, y asimilada a la liturgia de la Iglesia Católica.
Con el régimen dictatorial de Porfirio Díaz, México comenzó a vivir –sin justicia- el impacto de las nuevas tecnologías, como la máquina de vapor, la siderurgia y el electromagnetismo aplicado a las comunicaciones; también, las nuevas técnicas bancarias para la administración del préstamo de capitales y pago de intereses. Después del triunfo de las fuerzas de Venustiano Carranza y Alvaro Obregón, y derrota de las fuerzas de Emiliano zapata y Francisco Villa, las instituciones políticas del régimen revolucionario (1920-2000), diseñaron un sistema de dependencias gubernamentales y constituyeron un conjunto de estrategias, susceptibles de valoración como adecuadas formas de reconocimiento de México como parte de Occidente. Esas dependencias y estrategias enfatizaron lo autóctono-indígena y la cultura mestiza como constituyentes relevantes del pueblo y Estado-Nación. Fue período en que al menos dos veces, la Iglesia resintió el poder del régimen post-revolucionario; la fe católica, la formación cristiana de la conciencia social o colectiva, no cambió, no se abrió a una reforma cristiana de su propia conciencia religiosa. No obstante, el siglo XX mexicano puede denominarse apropiadamente -y con palabras de Toynbee- como el período confirmatorio de occidentalización de México, como momento de reafirmación de su pertenencia a la civilización occidental. Consideramos pertinente la mención de ese periodo como momento de definición suprema del “nudo” o nexo entre México y el Occidente, que es fundamento de vida histórica mexicana contemporánea, y sigue la dirección y pautas que Estados Unidos marca a la renovación de Occidente con la figura de civilización de la globalización. Es la civilización que ya no tiene a Europa como único centro estructural del movimiento de fuerzas históricas y sociales. Es un sub-centro de los varios que ha constituido el devenir de la civilización, después de la Segunda Guerra, luego de la desaparición de la URSS y formación de bloques productivos y comerciales que han aglutinado a los países que tienen posibilidades de crecimiento capitalista –de manera injusta y desventajosa-, es cierto; y también, para mantener bajo control del nuevo orden mundial, a la mayoría de los países que no tienen posibilidades de acumulación de capital, desarrollo de fuerzas productivas, generación de riqueza y de acceso masivo al consumo y crédito.
La occidentalización del mundo es un hecho global anunciado por Toynbee en la medianía del siglo XX; una vez consumado, está en curso de desarrollo de nuevas figuras en las primeras décadas del siglo XXI. Las crisis de la civilización occidental se tornan globales, afectan a todos los pueblos, implican a todas las naciones.
“Está llegando a su fin la civilización occidental?”; “Podrá nuestra civilización vencer la crisis actual, y elevarse todavía a mayores alturas, o está condenada a una muerte que se aproxima a pasos agigantados?”; estas son las preguntas que J. G. de Beus consigna en su libro El futuro de Occidente publicado en 1955 en español por la editorial Aguilar; anteriores. El planteamiento de las mismas preguntas con relación a México, sugiere las siguientes interrogantes.
Primera:
por efecto del probable cierre de la “etapa final de la civilización occidental” mencionada por Toynbee y aceptada de parte de J. G. de Beus, ¿está México llegando a cierta clase de fin de su vida histórica?Segunda:¿podrá México vencer la crisis actual y elevarse todavía a mayores alturas?
Tercera: ¿está México condenado a una muerte que se aproxima a pasos agigantados?
Respecto a la primera, es una certeza que México ha realizado las posibilidades histórico-sociales y político-culturales propiciadas por la Revolución de 1910. El régimen político priísta-revolucionario impuso la paz social y construyó el desarrollo económico y social que fue reconocido por Occidente en la década 1960-1970; fue régimen político que aniquiló todo intento de insurrección o rebeldía, sin mayor consideración de ética política o moral gubernamental, a la vez que propiciaba la formación del capital necesario para el mejoramiento social de la población mediante la acción del Estado revolucionario y benefactor. El gobierno fue, de 1920 a 1982, el principal empleador y generador de riqueza, a la vez que, por otra parte, propiciaba con toda la autoridad del Estado, la formación y desarrollo de la burguesía; el régimen post-revolucionario se apropió del movimiento de la clase trabajadora, y de la acción y control ideológico de obreros y campesinos. El Estado y el gobierno han mudado de forma; no son más los benefactores y empleadores principales; se han convertido en promotores de la inversión privada y desarrollo de empresas en sus tres figuras: pequeña, mediana y gran empresa. No son más, el empresario principal y más grande; todas sus propiedades empresariales -formas de acumulación de capital- fueron vendidas, rematadas o clausuradas entre 1982 y 1994. México adoptó en un lapso de doce años, un nuevo modelo operativo de gobierno, de desarrollo económico y social y nuevos criterios sobre el valor del trabajo –como valor económico, por supuesto- en el campo y la ciudad, en la industria, la administración gubernamental en los niveles municipal, estatal y federal, y de desempeño en la prestación de servicios, entre ellos, la educación pública. Sin duda, ha comenzado a operar una nueva concepción del trabajo, del desempeño laboral y del precio de la fuerza de trabajo; son criterios que suprimen la prestación de seguridad médica y social, y del régimen de pensiones y jubilaciones que fue orgullosa conquista de la Revolución, un triunfo de México y para México, por encima del pasado de oprobio, miseria, degradación moral y explotación inmisericorde que fueron “agentes constitutivos” en la formación del pueblo.
En 1955, cuando de Beus publicaba su libro, México vivía la etapa más fuerte y sostenida de un nuevo modelo económico –proteccionista y nacionalista- de intensa justicia social, de desarrollo educativo, y también de democracia controlada que no permitía oposición política verdadera, y menos toleraba la crítica al gobierno, al Presidente en turno, quien tenía un poder por encima de los principios constitucionales y republicanos. Hasta 2018, el gobierno era promotor del neoliberalismo; desde 1993, el gobierno fue partícipe no-protagonista de la civilización de la globalización, mediante un impresionante cantidad de tratados de libre comercio y compromisos internacionales con las naciones protagónicas de la globalización y representativas de la civilización occidental
.Respecto de la segunda cuestión, creemos que México sí podrá vencer la crisis actual, sin necesidad de un cambio estructural del régimen político; el recurso sería la vía democrática eficaz, verdadera y consolidada en el sentido estricto del término. Creemos que “elevarse a mayores alturas”, es expresión que tiene validez relativa, esto es, factible en el sentido de su inclusión y desempeño en el nuevo orden mundial, que genera las condiciones de su propia evolución, y por lo tanto, para México.
Respecto de la tercera, creemos que México no está “condenado a una muerte que se aproxima a pasos agigantados”; lo mismo creemos respecto de la cultura y civilización europeas. Creemos que México y Europa vivirán mucho tiempo, y que la civilización post-occidental tendrá vigencia prolongada, bajo el liderazgo —y condiciones de Estados Unidos- que todavía es el centro principal y más poderoso de la civilización global, el principal agente y vigilante del devenir del neo-capitalismo que determina la estructura del mundo histórico del siglo XXI. Todo fluye, todo cambia, dijo Heráclito, y es verdad; pero Estados Unidos no cedería el liderazgo mundial, aún teniendo en contra “la fuerza de las cosas”, por ejemplo, la supremacía económico-comercial de China. “El mundo resulta inimaginable sin Estados Unidos”, es idea que orienta y define proyectos económicos y sociales, y el pensamiento y acción de la política en el orden de la civilización de la globalización.