Thomas Mann creyó que luego de terminar Doktor Faustus ya no escribiría, y que moriría a los setenta años; sin embargo, vivió casi diez años más; fue el tiempo en que escribió la novela El elegido, dio término a Memorias del estafador Felix Krüll, publicó un grueso volumen de ensayos y artículos, dejó Estados Unidos para regresar a las ruinas de Europa después de la derrota de Alemania, escribió ensayos formidables sobre Lutero, Schiller y Miguel Angel, y continuó las anotaciones en sus diarios hasta dos semanas antes de morir; hospitalizado en Zurich por problemas circulatorios en la pierna izquierda, sus ojos verde-grisáseos se tornaron de un azul intenso; acompañado por su esposa Katia y su hija Erika, falleció el 12 de agosto de 1955 a las ocho de la noche: “informa Erika, <>” en sus últimos años “fue cubierto de oro”, recibió muchos premios, reconocimientos y medallas, doctorados y concesiones honoríficas, y publicaciones de homenaje, todos, “elogios a la imponente labor de toda una vida, a la tenacidad y a la elevada calidad de los resultados,” resultados representativos de la existencia individual como obra de arte y creación literaria que navega, se sumerge y avanza en el océano de la vida con la voluntad de comprenderla, todo, mediante actos significativos de “autoafirmación en el amor” a fin de cuentas, como figura del amor al arte que el escritor heredó, como un regalo para quien quisiera recibirlo, y dispuesto a escribir una obra con el orgullo de conocer la clave del secreto de la creación literaria:” Cada mañana un paso, cada mañana un pasaje.”