Jorge Vazquez Piñon

CAPÍTULO V.
FAUSTO

“- ¿Está usted listo, profesor Kofka? En diez minutos podrá comenzar su recorrido. –fue el aviso que escuchó Fausto en los audífonos de su casco, y enfundado en un traje espacial de última tecnología y diseño ergonómico. Seis meses antes, había viajado de Auckland a Beijing, para acompañar al ingeniero Krazanski en los trámites de solicitudes, pagos de derechos, costo de hospedaje, honorarios de instructores y de toda clase de exámenes médicos, pruebas físicas y de conocimientos. Una vez cubiertos esos requisitos en el Ministerio de Exploración del Espacio, viajaron a Nan Hui, la base china de lanzamientos espaciales y centro de entrenamiento astronáutico. En laboratorios, gimnasios y consultorios médicos y psicológicos, pasó todas las pruebas con excelencia; aprendió con rapidez las técnicas de supervivencia en cápsulas y estaciones espaciales, la colocación del traje, botas, casco y guantes espaciales; también, el manejo y control de la Unidad de Maniobra Autónoma –UMA- un sillón ergonómico con equipos de auto-propulsión y supervivencia integrado para una actividad autónoma de diez horas en órbita. Fausto Kofka estaba sentado en ese sillón servo-mecánico, colocado en uno de los compartimentos de la gigantesca estación espacial de China, a 300 kilómetros de altura sobre la superficie terrestre.

-Estoy listo, centro de comando orbital.

-Bien, -dijo una voz masculina en inglés, con el típico acento oriental –abriendo escotilla de salida.

-Enterado. Todos los sistemas en función correcta; audio claro y fuerte, -contestó el astronauta, que había cerrado los ojos mientras unos robots abrían la escotilla. Terminada esa apertura, sintió una tenue iluminación. Abrió los ojos con lentitud, y de pronto, contemplaba el máximo espectáculo de magnificencia suprema que puede mirar el ser humano: la belleza del azul, blanco, café y verde oscuro, en armonía perfecta, recortada contra la negrura del espacio. La vista del planeta Tierra colmaba en un instante, todas las desventuras que había vivido en sus casi 90 años de existencia. La capa de la atmósfera percibida sobre la curvatura terrestre, le pareció una placenta de amor transparente que protegía de los rayos cósmicos y radiaciones solares a la criatura -maravillosa y cósmica- que es la vida en la Tierra.

-Adelante, profesor, puede salir. Disfrute las horas siguientes -dijo la voz del Centro de control de la estación espacial. En seguida, Fausto manipuló los botones de mando ubicados en los brazos del sillón que era la UMA; activó las válvulas de propulsión de helio, y salió de la estación espacial; de esa manera comenzó su recorrido orbital. Había empezado sobre Portugal.

-Aquí estoy, en contemplación del mundo habitado por el hombre; estoy aquí, por un acto de libertad; estoy aquí por una decisión libre. Estar aquí es posible por la fortuna que poseo sin haberla buscado, sin merecerla, y llegó a mí cuando ya había renunciado a la confianza en vivir nuevas experiencias; y aquí estoy, de paseo en el espacio, en contemplación fascinante del enigma cósmico que es el único planeta que abriga una maravillosa variedad de formas de vida. La Tierra abriga al hombre, y el hombre ya es capaz de vivir fuera de la Tierra, cargando en sus espaldas las condiciones de soporte biológico. Recuerdo mis meditaciones cuando revisaba la información sobre la llegada del hombre a la Luna; recuerdo haber tenido un pensamiento similar a la experiencia que en estos momentos vivo, cuando contemplaba videos de astronautas caminando a saltos alrededor de su base lunar. Y ahora, soy uno de ellos, desplazándome a gran altura sobre la Tierra, sobre Europa.

– ¡Europa!, la sede principal de la acción humana, de la acción terrible y liberadora, opresiva y emancipadora, asiento de la razón luminosa y pura, y de la tétrica maldad, del crimen horrendo del hombre contra el hombre; asiento del desarrollo tecnológico, de la ciencia y filosofía, de grandeza del arte y religiones antiguas, ¡del cristianismo y sus castigos y consuelos! Que el hombre haya pisado la luna, que sea capaz de recorrer los perímetros de la Tierra en órbita espacial, que el hombre se haya adaptado a todas las regiones climáticas y haya sido capaz de alterar el clima en todo el planeta, y que, por igual, sea capaz de organizar el compromiso y acción de sociedades avanzadas y atrasadas para detener el peligroso cambio climático, es evidencia de que el hombre es capaz de la grandeza y hazañas que se propusiera, por imposibles o temerarias que parecieran. Europa es inspiración y condición de todo eso. El hombre es condición de acción y posibilidades de libertad, luminosidad y aberraciones; algo ha aprendido para alejarse de esas aberraciones, y cuidarse, con su mejor esfuerzo de no repetirlas; a pesar de crímenes y pecados, culpas y omisiones, el hombre merece existir como justificación del cosmos, más aún, porque es capaz de organizar la representación del universo de modo ordenado, comprensible y lógico. Tal vez, el hombre fuera la única criatura racional en el universo, pero eso no importa; lo importante es la aptitud que ha descubierto para ser un fin valioso en sí mismo, como dijo Kant; aunque el hombre haya llegado convertirse en un medio para la civilización soberbia y tecnológica. Eso, ¡también es el hombre!

– ¡Kant! Grandioso privilegio pronunciar su nombre en el ámbito sideral; él, como nadie, vio las posibilidades y limitaciones de la razón. ¡Ah!, ahí está Kaliningrado, la antigua Koenigsberg, donde nació y murió el hombre maravilloso que fue Kant…; más abajo, veo el territorio de Grecia, donde floreció el pueblo más libre de la antigüedad y la obra de su cultura y civilización ha inspirado a Europa desde el siglo XIV; por ese componente principal, es deseable que Europa en su ocaso, permaneciera como un atardecer eterno, que su luz postrera no se apagara jamás.

-Prosigo mi recorrido espacial…, ahí está Rusia, la inmensa Rusia, la blanca Rusia. El pueblo ruso ha sido grandioso, valiente y temerario, sufrido y doliente. ¡Un gran pueblo! Como Unión Soviética, compitió y supo medirse con Occidente, al que repudiaba por ‘burgués’, ‘decadente’ y ‘reaccionario’, en nombre de las doctrinas de Stalin sobre el marxismo y proletariado; poco o nada queda del socialismo soviético; cayó el régimen socialista y con rapidez escandalosa, el capitalismo fue restaurado en Rusia; resulta -entre grotesco y paradójico- tener que decir que Kerenski tenía la razón histórica con su argumento de la pertinencia del gobierno provisional, luego de la abdicación del zar. La insurrección en su contra era incontenible, y la astucia de los bolcheviques, cruel y avasalladora; nació un mundo que quiso marcar la diferencia con el doble signo de democracia y dictadura del proletariado, con la promesa de formación de un hombre nuevo, pero era una ilusión, una fe sin bases arraigadas en la historia de manera suficiente; ‘eso’ nadie podía argumentarlo en aquel momento, mucho menos, demostrarlo. Triunfó la dictadura de la dirigencia del partido comunista, no del proletariado, fracasó la ambición de formación de nuevos mundos y nuevos hombres, y después, mucho después de la Revolución de Octubre, cayó el mundo socialista todo, de un solo golpe y de manera vertical; mientras existió, fue posible por el inmenso heroísmo del pueblo ruso, por su inmensa capacidad de sobreponerse al sufrimiento y el dolor, -capacidad proveniente tal vez- de su inmensa fe ortodoxa cristiana. La historia siempre acaba por sobreponerse a los hombres; siempre acaba por imponerse a los resultados de la acción y pensamiento que la forzaron, o pretendieron forzarla. La historia ha hecho justicia a Trotsky, quien pretendía la destrucción de toda historia; por esa ambición desmesurada de ver el mundo consumirse en llamas de revolución y sangre, pagó un precio desmesurado; hace tiempo que sus cenizas fueron trasladadas de la Ciudad de México a la muralla de honor de los héroes soviéticos; también allí reposan las de sus dos esposas y cuatro hijos, de trágica existencia. La urna con las cenizas del asesino de Trotsky, fue cambiada de su lugar de origen, y colocadas frente a la humilde tumba de José Stalin.

-Miro más allá del Norte de Moscú, y alcanzo a distinguir la larga isla polar y deshabitada de Nueva Zembla; pocos lugares como ese, distintivos de la brutalidad del trato del hombre al planeta Tierra, dicho así, de manera indeterminada y abstracta. En varios puntos de esa isla de casi mil kilómetros de longitud, la Unión Soviética hizo decenas de pruebas nucleares, y entre ellas, la detonación del artefacto atómico más poderoso, de sesenta megatones, equivalente a la explosión de sesenta millones de toneladas de dinamita. También, es el cementerio más grande de desechos radioactivos, y no es posible afirmar que miles y miles de toneladas de metales, instrumentos, motores, reactores, maquinaria, agua contaminada, estén bajo resguardo seguro, en condiciones garantizadas; el desarrollo de la tecnología nuclear es una de las mejores pruebas de que el hombre no sabe manejar los mayores secretos de la naturaleza cuando logra el desciframiento de uno de ellos; es así, en parte, porque el hombre ha llegado lejos en el escudriñamiento de la naturaleza sin haber comprendido su lugar en el cosmos; la humanidad jamás podrá manejar las consecuencias totales del desarrollo de la tecnología nuclear; nunca entenderá la esencia íntima del átomo, pero ha sido capaz de romperlo y liberar las energías que guarda en su núcleo; eso es, al mismo tiempo, -algo maravilloso, casi divino -y también- algo horrendo. ¡Oh! Esas meditaciones han ocupado mi transcurso por el inmenso territorio que fue la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas. Ahí veo la península de Kamchatka y las islas que exploré hace tiempo, con ansias paleontológicas. Lugares inhóspitos, helados y grises, pero en ellos, los poderes del socialismo y capitalismo tuvieron bases militares durante la ‘guerra fría’, para prever -o asestar-, el primer golpe. -Ahora he variado la dirección de mi trayecto, dirigiéndome un poco hacia el Sur. Cruzo por el Pacífico; su azul, de suavidad maravillosa, es fondo que recorta nubosidades de blancura sin igual. Ahora, mi ruta espacial desciende hacia el ecuador terrestre…, avizoro el territorio de México … También diviso la América Central. ¡Qué hermoso es el mundo terráqueo! ¡Qué hermoso y extraño es México! ¡Qué pobre y atrasada, la mayor parte de América Central! Países con más de tres siglos de existencia como naciones independientes, y sólo con enormes esfuerzos sostienen la democracia que han consolidado de manera parcial, sin el desarrollo sustentable y suficiente. Recuerdo que Hegel menciona a México, una o dos veces en su obra portentosa; en una de esas veces, insinúa su desaparición; sólo dice que ‘el futuro del mundo será decidido en América’ como “lucha entre el Norte y el Sur”; no dice más, y no sería justo hacer reproche alguno a Hegel; con esa frase dijo demasiado; llevadas esas palabras a la interpretación, cabría decir que, en efecto, México desaparecería, porque en su territorio ocurriría el tremendo conflicto entre pueblos y países pobres del Sur, con dos naciones poderosísimas, y todas, pertenecientes a la civilización occidental. México tiene que salvarse del trágico destino que es el vaticinio de Hegel, expresado en nombre de la historia del mundo, del espíritu del mundo, del devenir de la razón. México tiene que salvarse por sí mismo, de manera diferente a las ocasiones en que ha sabido salvarse; los pueblos centroamericanos también merecerían alcanzar el progreso anhelado, pero es insuficiente la conciencia que tienen de los medios adecuados para ese fin; de igual manera, es insuficiente la conciencia apropiada para elevarse a esa meta, que añoran en silencio y con representación insuficiente. -Recién atravieso por la Colombia y Venezuela, y percibo algunas islas del Caribe. – ¿Cómo se siente profesor Kofka? –dijo la voz del audio proveniente del Centro de comando de la estación orbital, que sacó a Fausto de sus meditaciones. – ¡Bien, excelente! -Nuestras computadoras y señal de radar, indican que los sistemas de su UMA funcionan sin problemas. ¿Reporta usted las mismas lecturas? -Es correcto. -Dispone de oxígeno suficiente y gas de navegación. Mantenga la observación de esos registros. -Cumpliré de manera correcta esas indicaciones. -Enterados, profesor Kofka. -Cambio y fuera. Recién terminó la comunicación reglamentaria de supervisión técnica, Fausto miró otra vez el globo terráqueo; vio que su trayectoria era casi paralela con la línea del ecuador, y sobrevolaba Africa ecuatorial, la costa nor-occidental, de Guinea hasta Camerún, pasando por Liberia, Costa de Marfil, Ghana y Togo. -Una de las regiones de mayor desdicha humana –dijo para sí. – Esos países eran las regiones de captura y exportación de negros, de tribus casi completas para someterlos a la esclavitud en Cuba, en las minas del virreinato español y plantaciones de Estados Unidos; de manera trágica y paradójica, ahora son los países africanos más occidentalizados y cristianizados; lo uno siempre ha ido de la mano con lo otro: secuestro y esclavitud, uno, entre tantos otros, de los crímenes del hombre contra la humanidad. Ahora veo la región de los grandes lagos; veo los territorios de Tanzania y Kenia … En la región que ocupan esos países, ¡allí apareció el hombre! En ellas, que fueron un enorme lago en tiempos geológicos remotos, en sus riberas, ocurrió la evolución de la especie humana durante tres millones de años. ¡Acontecimiento portentoso! ¡Un orgullo del cosmos! La evolución del cerebro humano y de la garganta, son un misterio, cuyas causas tal vez nunca serían clarificadas del todo, o de manera suficiente al menos, ¡pero ocurrió! Es un misterio que ha flotado entre la ciencia y la teología, entre la filosofía y la fe en Dios; la flotación de ese misterio tiene el fondo de la inteligencia práctica como comienzo, y la razón como culminación. ¡Qué portento es el hombre! ¡Sólo así parece desde las alturas! Miserias, horrores, pecados, crímenes y degradaciones parecieran ocupar el lugar que merecieran desde estas alturas. Acaso esa sea la figura más completa de la condición humana: que cada cosa encuentre su lugar en la vida, que cada experiencia tenga la importancia que merece. Encontrarme en estas alturas, es momento supremo de mi propia condición humana; es momento en que cobra la máxima claridad mi convicción sincera para hacer algo grandioso en favor del devenir del hombre, hacer algo en favor de un devenir particular dentro del devenir capitalista, en búsqueda de menos injusticia, menos desigualdad. Aquel libro de Fukuyama, algo tenía de razón; fue famoso, tiene las condiciones suficientes para convertirse en uno de los mitos el siglo XXI, en componente de la nueva representación del mundo. ‘Algo’ creo poder hacer en favor del mejoramiento del hombre con la fortuna que la casualidad y el azar pusieron en mis manos. ‘Algo’ puedo hacer en favor de la constitución de condiciones de un hombre menos oprimido, con fundamento en el espíritu de Europa y en favor de la preservación y continuidad del espíritu europeo; trataría de hacer algo en favor del hombre post-occidental. ¡Ah! Ya pasé sobre el Norte de Australia y sigo la línea ecuatorial. En ese país, junto con Nueva Zelanda, están las condiciones y posibilidades de un mundo capitalista más organizado; también, más racionalista y menos agresivo con la naturaleza; esos pueblos han sido fieles a sus tradiciones fundacionales, combinándolas con tendencias progresistas, innovación cultural y la ciencia y tecnología. No las distingo para nada, pero el mapa de la computadora marca mi paso sobre las islas Marshall…, islas de triste memoria; cuando Estados Unidos era la potencia mundial incomparable, y metido en la competencia armamentista con la Unión Soviética, hizo sus pruebas nucleares en esas islas; en realidad, son lagunas formadas por barreras de coral; en ese lugar, y con semejantes ensayos, el hombre cometía atrevimientos mayúsculos en la manipulación de la materia y energía; el hombre ha sido capaz de liberar la energía atómica, cuando la humanidad apenas está preparada para la pólvora y la máquina de vapor; la prueba de ese atraso, son los miles de toneladas de desechos radioactivos -enterrados y cubiertos con el domo Runit- utilizados en pruebas atómicas a lo largo de doce años; ese peligrosísimo material estará radiactivo durante miles y miles de años. La civilización no estaba preparada para las consecuencias indeseables del manejo que el hombre ha hecho de la energía del átomo. Eso no lo vio Konrad Lorenz. Bueno, creo que sí lo vio; era un hombre de pensamiento extraordinario…, pero creo que no lo escribió. De acuerdo al mismo Lorenz, debo decir que los hombres han sabido hacer un uso político de las armas atómicas en lugar de un uso militar. Pero es inevitable recordar que fue precisamente la Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas, quien provocó a Estados Unidos cuando instaló misiles atómicos en Cuba; en aquella ocasión, la humanidad, la civilización y el planeta Tierra, sí estuvieron al borde de la aniquilación. Ahora veo el Sur del continente americano; allí, como en cualquier lugar del planeta, hay culturas, hay religión, hay Estado; ocurren nacimientos y fallecimiento de seres humanos; no cabe duda, en cada nación, han aparecido grandes hombres, ‘hombres históricos’, los llama Burckhardt, el pensador solitario y marginado, el crítico de dictaduras y tiranías del siglo XIX. ¡Gran pensador! ¡Expresó la conclusión pesimista, o al menos, escéptica sobre los discursos y teorías de la filosofía de la historia; creo que dijo que “a fin de cuentas, los hombres son desdichados y lo serían en el futuro en un largo plazo, porque no han comprendido el sentido de la vida” ¡Grandiosa idea! Esa situación tiene siglos y siglos de permanencia, y es seguro que tendría muchos otros siglos de vigencia, tantos, como los hombres tardaran en comprender el sentido de la vida en general, y la maravilla cósmica de la existencia del ser humano. Esa es la condición de la paradoja que no se entiende y acaba resuelta como desdicha. Pero cualquier hombre vive y actúa como si no fuera a morir. ¡Ah! Casi llegó al Océano Atlántico, atrás queda la Amazonia, devastada por la acción del hombre; cómo ha crecido la conciencia colectiva de la culpa y el pecado por la destrucción de la naturaleza; son culpa y pecado que brotan del reconocimiento de que el hombre es un depredador sin rival, y que ha dañado y enfermado al planeta. Es terrible pensar en la reacción de la naturaleza herida. ¡Es terrible pensar que no tendría piedad! ¡Podría resultar aniquiladora! -Aquí, Control de la estación espacial, ¿todo bien, doctor Kofka? –preguntó la voz electrónica que sacó a Fausto de sus cavilaciones metafísicas. -Aquí, UMA. Todo bien, los sistemas funcionan de manera correcta. -Confirme su posición. -Curso de órbita, sobre la costa oriental de África. -Correcto. Coincide con nuestro radar. – ¿Listo para reencuentro y acoplamiento? – Listo; confirmado. Enterados. Dentro de quince minutos, sobre Vietnam. Introduzca las coordenadas de contacto que aparecerán en la computadora de su vehículo. -Recibidas. Introducidas en sistemas de propulsión y navegación. -Recepción confirmada de coordenadas. Todo está listo para su regreso a la Tierra en el trasbordador espacial, dentro de 48 horas. -Enterado, control de misión. Cambio y fuera. Mientras la UMA avanzaba hacia el punto de encuentro con la estación espacial, Fausto miraba una vez más, el panorama azul y blanco del planeta Tierra. – ¡Es maravilloso! El lugar más valioso del universo para nosotros, hasta ahora, único; la morada del hombre. Esta perspectiva que ahora miro, es la perspectiva del ser, es la condición de referencia del pensar metafísico, y de toda acción y pensamiento. La Tierra es lo que es, o sea, el ser. Pero el hombre tiene que entender que no es dueño del planeta, que pertenece a todos los seres vivos; tiene que entender que no puede hacer lo que quiera con la naturaleza, que no puede asumirla como propiedad, que no debe transformarla con el efecto de la destrucción. El reto del hombre es la constitución de la armonía de la civilización con la naturaleza; de lo contrario, el riesgo es que la naturaleza se muestra implacable contra la historia y sociedad. La fascinación del panorama del planeta Tierra impedía cualquier otra idea, cualquier otra divagación, la mirada sólo quería absorber para siempre la imagen de aquel objeto; en el mismo instante, Fausto sentía la resolución de sus paradojas y ansiedades.

Una voz Sideral:

Fausto meditó durante dos días en la estación espacial de China, la continuación que daría a la nueva vida que llegó sin haberla buscado; está en un juego en que no pidió participar; no había hecho apuesta alguna, pero ha recibido premios sin haber apostado; ha ganado sin jugar. Ahora quiere hacer una apuesta; si gana, pagará el precio; si pierde, pagará el precio, ¡es el Destino! Ya sabe lo que quiere hacer, algo digno de sus poderes intelectuales, dinerarios y tecnológicos. Está decidido a intentar un cambio en el hombre, a emprender ese esfuerzo. El Destino quiere que no tenga la apariencia de una trampa…, ¡pero sí lo sería! La sensación de lo infinito, la percepción de lo ilimitado, es instigación de fuerzas diabólicas. Que el hombre persevere en la incitación de esas fuerzas, ¡es la trama del destino! Soberbia y debilidad en conjunción, son el secreto de la condición humana, el motor inmóvil del Destino. Perseguido por esas fuerzas, Fausto descendió a la Tierra.
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