Jorge Vazquez Piñon

Acerca del libro Las tres vidas de Stefan Zweig, de Oliver Matuschek.

En noviembre de 2009 apareció la edición en español del libro de Oliver Matuschek titulado Las tres vidas de Stefan Zweig.[1] Acontecimiento de importancia editorial, literaria y biográfica, significa un puente espiritual entre dos siglos, constituido en la recreación seria y documentada de la vida y obra de uno de los grandes escritores de la primera mitad del siglo XX, de los mejor logrados desde el punto de vista de elegancia en el estilo y precisión en el uso correcto de los mejores recursos del lenguaje, y cuya obra, casi desde la primera de sus publicaciones, siempre fue coronada con el éxito comercial y el entusiasmo y veneración que sus lectores –siempre en proporción creciente- dispensaron con admiración y veneración al mago de las letras y encantador del alma sensible de sus fascinados admiradores en diferentes partes del mundo; así fue la relación de aquel escritor con sus lectores, hasta el trágico fin de sus días en Petróplis -ciudad del sureste de Brasil-, elegido de manera libre.

            La lectura del libro de Oliver Matuschek es un ‘retrato hablado’ de la narración de Zweig[2] sobre la desaparición de los mundos de vida en que transcurrió su infancia, adolescencia y dorada juventud. La aceptación de su primer libro –de poemas-, Cuerdas de plata, y el sucesivo éxito editorial de cuentos, novelas y biografías, hicieron de él un escritor siempre consagrado por los mejores críticos: los lectores, de diferentes idiomas, en distintos países y culturas. En más de una ocasión, amigos creadores y admirados por Zweig, abrieron distancia con él hasta el extremo de la frialdad emocional y falsa indiferencia, efectos de la envidia por el éxito y riqueza aportada por las ventas de libros del notable autor. Admirador de Freud y conocedor de su obra psicoanalítica, no logró arrancarle un gesto de afecto al escrutador más penetrante de los abismos del alma humana, aunque Freud casi siempre contestaba con cierta frialdad las cartas de adoración y también de agradecimiento por los obsequios que enviaba su admirador vienés. Stefan Zweig invirtió cuantiosos recursos de su inmensa fortuna para la integración de la admirable colección de objetos y testimonios artísticos; por ejemplo, atesoró partituras originales de Mozart; Bach; Chopin; Brahms; Schubert y Scarlatti; manuscritos de Montesquieu y Robespierre; el violín y escritorio que fueron propiedad de Beethoven -escritorio donde estuvo oculta la famosa carta a la enigmática “amada inmortal”- y una pluma de ganso que perteneció a Goethe. También fue viajero incansable: sentía el deseo de felicidad de la movilidad constante entre ciudades europeas, y también, entre Europa y América; hizo un viaje a la India en su juventud esplendorosa. “Pero Zweig no abandonaba su tarea de escritor ni un solo día (…) Una condición previa para que el trabajo discurriera sin el menor contratiempo era la perfecta organización de la rutina administrativa de sus asuntos, que seguía determinada por una marea de cartas. (…) Correspondencia, archivo, copias en limpio o correcciones solían ser las tareas pendientes. A ello había que añadir la gestión de los derechos en el extranjero, pues la traducción de sus obras constituía una porción importante de los ingresos de Zweig. (…) Para cada una de sus biografías se hacía traer enormes cantidades de material. Después de una selección previa, y tras redactar un primer borrador de sus pensamientos, Zweig iba acortando en diversos pasajes el inmenso escrito hasta conseguir un texto definitivo. (…) En vez de publicar sus obras en seguida se dedicaba primero a revisar y refundir meticulosamente los textos. (…) Tras los preparativos invernales se aprovechaba la primavera para ordenar el material y durante el verano se redactaba la última versión manuscrita, que se enviaba lo antes posible a la editorial. De esta manera, la composición y las correcciones podían terminarse con tiempo en otoño, y la obra recién impresa y encuadernada podía estar puntualmente en las librerías para la Navidad.”[3] Es lugar común en las biografías de grandes hombres atisbar la relación del personaje con las mujeres; pues bien: Stefan Zweig tuvo muchas de esas relaciones, luego se casó dos veces y decidió no tener hijos. La fortuna que heredó, y la riqueza producto de la venta de sus libros y derechos de autor fueron para sus sobrinos, los hijos de Alfred, su único hermano.

            La obra biográfica de Matuschek refiere el momento de encuentro de dos gigantes luminosos del espíritu europeo; fue momento que revistió el valor simbólico del espíritu que dialoga con sí mismo en víspera del apocalipsis de muerte, crueldad y destrucción, cuya proximidad parece percibieran los intelectuales profundos y visionarios que quisieran engañarse respecto de fuerzas oscuras y tendencias siniestras que navegan de manera amenazante y sombría; fueron los días en que Thomas Mann fue huésped de Stefan Zweig en la casa de campo que habitaba cerca de Salzburgo. Si bien los hombres ilustrados que anhelan la conquista del espíritu, de la autoconciencia del mundo y de la época, llegan a esa elevada cumbre a través de diferentes caminos, no todos son capaces de seguir adelante luego de contemplar la atrocidad del mundo y comportamiento horrendo de los hombres; no todos los hombres de espíritu son capaces de seguir adelante, aunque tengan la aptitud para hacerlo. Thomas Mann pudo continuar; Stefan Zweig decidió no hacerlo; el primero, sobrevivió a la inhumanidad del nazismo y destrucción del régimen nazi hasta sus cimientos; fue de los primeros en señalar la culpabilidad de Alemania y en decir que merecía ser castigada; su clamor tuvo continuidad en el señalamiento del crimen cometido y coincidencia en la demanda de castigo que también expresó el psiquiatra y filósofo Karl Jaspers. El alma profunda y fina, de elevadísima moral y compromiso con la cultura y belleza del espíritu que era Stefan Zweig, no pudo soportar la evidencia de barbarie que -manipulada con habilidad diabólica por el partido nacional-socialista- arrasaba con la civilización europea mediante el odio racial, exterminio y destrucción de pueblos y ciudades.

Stefan Zweig, asentado en la ciudad brasileña de Petrópolis con su esposa , de la que decía en algo le recordaba Salzburgo, tomó la decisión final, y describió sus motivos en el  último texto que escribió: la carta a su ex esposa Frederike, y se despide “con amor y amistad” diciendo sentirse “tranquilo y feliz.”

            Diez años después del entierro de Stefan Zweig y Lotte, su segunda esposa -que  también decidió morir junto con él- apareció una de las obras maestras de la literatura del siglo XX: El hombre rebelde de Albert Camus; es la obra donde ofrece puntualizaciones del planteamiento del absurdo, y la que considera única pregunta que debe plantearse la filosofía: ¿merece vivirse la vida? ¿acaso el suicidio es la pregunta principal que debería examinarse de manera filosófica? El mismo autor había ofrecido el desarrollo del principio del absurdo a lo largo de tres obras: una novela, El extranjero; un libro de ensayos filosóficos, El mito de Sísifo, y una obra de teatro, Calígula. Cada una de ellas es ofrecimiento, mostración y representación del absurdo, que es “confrontación entre el sentimiento de lo irracional y el avasallador anhelo de claridad que resuena en las profundidades del hombre.”[4] Visto ese concepto en retrospectiva, Stefan Zweig parece símbolo del absurdo: poseía la extraordinaria claridad de pensamiento poderoso y luminoso que había constituido la verdad de algunas profundidades del alma humana, y también, reconstruido la grandeza, dolor, tragedia, espíritu y maldad de personajes representativos de mundos históricos en agonía o nacientes, y de épocas históricas que fueron promisorias o decadentes; pero en él había un vacío que no podía llenar, porque había renunciado a hacerlo: la finura de su espíritu había agotado el “combustible de la fuerza moral” para soportar la continuidad de las fuerzas irracionales que lo habían golpeado, y continuaban el horrendo espectáculo de aniquilación del sentido de humanidad en el continente y cultura que habían fundado el sentido de humanidad y desarrollado y llevado a la expresión perfecta, cabal y luminosa de sus posibilidades. En 1942, a los 62 años, no tenía más fuerzas para continuar en la resistencia, y decidió sucumbir mediante la renuncia voluntaria a la vida. Ese acto, ¿podría o no, considerarse respuesta de facto al planteamiento de Camus? Que una pregunta conduzca a la formulación de otra, es señal de absurdo, o al menos, de paradoja, y para el común de las gentes, una falta de educación. Entonces es mejor agradecer a Stefan Zweig por su obra, y guardar respeto frente a su decisión final y autónoma. El término que dio a su vida es invitación o sugerencia para que el pensamiento filosófico y creatividad literaria conquistaran nuevas fortalezas y constituyeran nuevas posibilidades para la crítica del hombre y mundo configurados de manera posterior a la desaparición del grandioso escritor vienés, y para que escritores y filósofos del siglo XXI, como “hombres de bien deberían meditar sobre la responsabilidad y la vergüenza de una civilización capaz de crear un mundo donde Stefan Zweig no ha podido vivir”, como escribiera André Maurois.[5]


[1] Editorial Papel de liar, Barcelona, 2009, 428 pp.

[2] S. Zweig. El mundo de ayer. Ed. Porrúa, 2008.

[3] Oliver Matuschek. Las tres vidas de Stefan Zweig. Ed. Papel de liar, 2009, pp. 207-209.

[4] D. Z. Mairowitz- A. Korkos. Camus para principiantes. Ed. >Era Naciente, 1998, p. 40.

[5] Vid. Nota de cuarta de forros del libro. O. Matuscheck. Ed. cit.

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